QUASIMODO EN PARÍS. YO AQUÍ
Por Jorge Noriega:
No es por nostalgia, que nunca he estado en
París, pero la catedral de Notre Dame, aún en fotos de postal, provoca ganas de
estar ahí, en las alturas de sus campanarios. Como Quasimodo, aunque sin
joroba. Así que para curármela, (la tristeza) hace tiempo subí por primera vez
las muy viejas escaleras que llevan hasta los campanarios de la Ilustre y Veneranda
Catedral Metropolitana de la muy amolada ciudad de México.
Y ya estando hasta arriba, me entraron ganas
de escribir esto. Lo fui posponiendo, como siempre que uno quiere hacer algo
así. Hasta estos días. Así que aquí estoy, tratando de escribir algo. Porque la
catedral es digna de eso y mucho más.
Pero no tuve en cuenta lo evidente que
resulta meterse en un cometido así: para empezar hay que desempolvar el
asombro; olvidarse de los perversos habitantes de la ciudad que pululan por
todas partes. Y subir, antes de las doce, a uno de los campanarios para esperar
el toque de ángelus ( o de medio día) que
cuando empieza causa emociones de adolescente soñador. Ese vibrar de las
campanas, estoy seguro, mantiene a salvo a esta urbe de casi todas las
iniquidades de esa especie rara de capitalinos quienes quisieran cubrir con graffiti hasta a la madre que los parió.
Así, se
considera la catedral el templo más importante de la ciudad. Al menos en lo que
jerárquicamente respecta. Que creo que a los ciudadanos no se les da un
carambas, a ellos, desde siempre encaprichados con otras devociones. Así, en
general, y por lo mismo, bien puede decirse que ya no recuerdan el incendio del
diez y seis de enero de 1967 que destruyó el Altar del Perdón, obra
churrigueresca de muy exquisita hechura.
Medio millón de pesos de la época costó el
incendio de origen incierto; se habló de un corto circuito. Lo que es probable
dado las costumbres mexicanas de manipular cables y hacer monerías eléctricas.
Y el nombre mismo del altar es otra
curiosidad: Simón Peyrens, el famoso pintor célebre además por su afición a la blasfemia estaba en la
cárcel al momento del incendio; por eso, por blasfemo, se le encerró. Y para no
aburrirse, pesto que estaba aislado supongo, pintó en la puerta de su celda el
retrato de una muchacha; tan hermoso, que le valió a Peyrens el perdón. De ahí
el nombre: Altar del Perdón.
Muchas otras cuestiones de interés general
hay en el interior de la catedral: El sepulcro de Su Alteza Serenísima, el emperador Agustín de Yturbide (con y).
Las treinta y tantas capillas laterales, cada una con su muy particular
advocación. Y las diferentes imágenes de los pasillos como la del Señor del Cacao, impresionante escultura cuyo
realismo me da calosfríos cada vez que se me ocurre pasar junto a ella. Y es
que no sé quien ha dispuesto que me meta en la catedral de a tiro por viaje.
Así que nada le pido a Notre Dame: los
recovecos en las paredes que van hacia arriba, los desgastados escalones
disimulando su viejísimo cansancio, han de ser, aunque en español, tan
sorprendentes como lo de la catedral parisina. Y es de verdad la sorpresa que
se tiene al ver la luz cuando se sale del caracol en penumbras; es tan viva la
impresión que a pesar de las repetidas visitas nunca desaparece; parecería renovar
en el ánimo del visitante las emociones de la niñez ante cualquier novedad. Y
tan es así que en tantos lugares de la república se pueden ver iglesias de
“tamaño infantil”, y hasta catedrales de fachadas y muros decorados
primorosamente. Aquí se da una ambivalencia: si la catedral metropolitana es
recatada y seria, hasta intimidante a veces en sus elementos de arquitectura
neoclásica, de las iglesias y catedrales
pequeñitas, casi se diría que de juguete, son traviesas, divertidas y siempre
alegres.
Me
parece que a estas alturas (nunca mejor dicho) ha quedado claro que Notre Dame
ya no me dice tanto. Aunque si la oportunidad se presentara, me gustaría
muchísimo ir a saludar a tan célebre señora. Y darle los parabienes de su
cuatita mexicana.
Ya
entrados en gastos, no está de más el anecdotario; resulta que las torres están
rematadas por unas esferas, símbolos de mundo, y es voz popular que dentro de cada
una hay documentos de la época de la construcción, monedas y algunos
recuerditos más. A saber. Y está también la campana que mató, en 1943, a un
inexperto voluntario. El pobre hombre no se agachó a tiempo para evitar el contrapeso y sufrió un golpe en la cabeza
que lo dejó muerto. A la campana se le castigó silenciándola hasta que en el
año 2000 la perdonaron y hoy repica con sus compañeras. Claro está que la cosa
no quedó ahí: hoy los campaneros todavía le temen a “La Castigada” y también creen que en las madrugadas se
aparece el difunto. Cosas que pasan.
Como
pasan, a diario, miles de gentes ante la catedral sin tener ni una pizca de
curiosidad por conocer tanta riqueza atrapada en la piedra.
Me estoy
sintiendo, ahora que se podría, con ganas de hacer una buena novela, inventarme
un Quasimodo local y poner en papel o usando algún trique electrónico la
historia de la catedral aunque sea novelada. No estaría mal. Porque en este
espacio no cabe tantísimo material como el que hay ahí. Así que me pondré a organizar
lo que haga falta. Y debo agradecerle a mis postales de Notre Dame que me hayan
despertado tanta inquietud catedralicia. Pero ella y su jorobado están allá, en
la orilla del Sena.
![]() |
Fotografía: Deby V, Gallardo 003 |
![]() |
Fotografía: Deby V. Gallardo 004 |
![]() | |
Fotografía de: Devy V. Gallardo 001 |
><><><><><><><><><><><><><><><><><><><
Sinagogas, Danzantes y Zen
Por: Gabino
Hernández Aguirre
La modorra Boudeleriana invadía mi sagrado King size, ¿domingo? Sí, digamos: un
cualquier diecisiete de mayo a las nueve y media de la madrugada. Las noticias
en el televisor fervientemente apocalípticas: “la APO no se rinde”. El olor a
ovo ensalsado en la cocina se había impregnado en todo el apartamento, (no es
falta de ortografía, no es un huevo en el podio de los ganadores: es frito con
salsa verde) cocinado por la compañera de mis días y noches que ya es mucho
mérito el de ella, como almuerzo mañanero, no sazonado porque me amase hasta el
punto de cocinar para mí, sino que su progenitor se apersonaba a desayunar y
por alguna razón del destino, yo estaba incluido cual comensal suertudote de
opípara lotería…
Pendiente hacia el medio día estaba la cita con los Noriega,
para aventurarnos en un sincrético itinerario creado por Jorge, que iniciaba
con un paseo cerca del cielo en los
campanarios de la Catedral, como intermezzo: echar un ojo avizor a la
arquitectura del centro histórico y la meta-final que implicaba el retorno: la
visita a la sinagoga de Nidjé Israél, la primera sinagoga construida en México,
ubicada en el número 71 de Justo Sierra, colonia Centro. Dirección que ahora
vislumbramos con facilidad, pero aquel domingo, en verdad, fue un vericueto.
La cita, en las afueras del metro Bellas Artes y caminar al
zócalo para entrar vía puerta de virreyes al recinto sagrado, formarse como
villano en la puerta de la escalera de Babel Méx. D.F. (cuya bula o sello papal
cuesta unos 20 varos, dos dólares sí son extranjeros, claro es, por testa) como pago para ingresar a la escalera que
lleva a las alturas de la Catedral, un paseo por los domos y el campanario
principal, más las historias del campanero guía, sugiero zapatos cómodos por
aquello de los callos y el dolor de extremidades inferiores, imperante es
cuidar a sus escuincles con disfraz de spiderman,
ya que tienden a llegar corriendo hasta el tiro del badajo y abajo…
¡jajaja! “Es broma”, son treinta metros. Al salir nos esperaban los sincréticos
danzantes mexicas, con sus penachos, banderillas de Tezcatlipoca y taparrabos,
sincréticos sí, porque le bailan al panteón azteca, además de que algunos(as) eran
güeritos y había crucifijos sobre las apiladas ropas cotidianas de ellos mismos;
seguimos de frente al poniente, enfilamos por la calle Brasil con rumbo norte,
para avanzar después por Donceles hacia el oriente, calle que cambia de nombre
para convertirse en la vía de nuestra búsqueda; el error fue desviarnos por
calle del Carmen y entrar a la calle de Cuba, error entre comillas, porque
ubicamos el Museo de la Luz, el Merendero de los Estudiantes( famoso en la
primera mitad del siglo XX, época dorada de la educación en el centro de la ciudad)
y la antigua Escuela de Jurisprudencia; trayecto que nos llevó más de 20
minutos de camino; volvimos a virar al sur para regresar a Justo Sierra,
caminamos un cuadra en sentido de los automóviles hasta el número 71, de súbito
estábamos frente a una casa común y corriente o eso parecía, con un vigilante
azul en el portón, que abrió paso ante nuestra llegada, y de pronto, me sentí
gente importante y claro que abrió paso,
pues dijo “ en la urna pueden dejar su donativo”.
La sinagoga de Nidjé Israél fue construida a principios del
siglo XX por los primeros inmigrantes judíos, llegados a México, procedentes de
Medio Oriente y los Balcanes, se autonombran ashkenazim y en su mayoría hablan idish. La sinagoga tiene una arquitectura externa común, por dentro
es neo-colonial de principios del siglo XX. Se entra por un pasillo donde el
vigilante te da información, por supuesto si quieres una copia del texto te
cuesta una lana, 20 pesillos del águila; enseguida entras a un pequeño patio
con fotografías de los judíos fundadores; hay estrellas de David talladas en
las puertas de madera, la puerta principal no da a la calle, diseño judío para
evitar problemas con gente antisemita, no es el caso de México, pero si en
muchos países de Europa, el origen de los inmigrados. Dos edificios, uno
administrativo y otro religioso.
Sinagoga viene del griego synagein:
lugar de reunión. Se construye con un mínimo de diez hombres, un minián y la Torá.
Es un galerón muy iluminado de forma natural. Los libros
sagrados ubicados en el fondo del recinto dentro del Arón
Hakodesh, un arcón donde se guarda la Torá. Hasta arriba un círculo de
cristal azul que representa los diez mandamientos, cuidados por un par de
grifos, uno a cada lado (son seres mitológicos con pies y cola de león, el
cuerpo con alas y cabeza de águila). La Menorá
que simboliza el éxodo. El Parójet es
la cortina que cubre el Arón Hakodesh.
La Ner tamid luz eterna que simboliza
la luz de la Torá sobre el pueblo judío. El Bimá
centro del recinto donde está el púlpito del rezo.
Las mujeres y los hombres están separados; las mujeres en la
galería superior, los hombres abajo alrededor del Bimá. Es una religión que profesan los hombres, pero se hereda de
madre, ellas rezan, pero no pueden oficiar; de hecho dentro de los ortodoxos
judaicos (Hashidi) al rabí solo lo
puede tocar su esposa, cualquier otra mujer que lo tocase lo contaminaría. La
bóveda está decorada con un mural del edén y un gran candil al centro. De
alguna manera el púlpito judío me recuerda a la mercavá de la Kabbala, de
hecho Bimana en sanscrito significa,
nave voladora o vehículo de los dioses.
Salimos del Nidjé
Israél y enfilamos por la calle de Loreto hacia Guatemala para ver la casa
donde vivieron los padres de Regina Reynoso de Noriega, en el Número 90 de
Guatemala, un edificio de arquitectura neocolonial, que ahora es una escuela de
idiomas. Regresamos por moneda observando las fachadas de casas y edificios, buscando
algunos símbolos de los masones, (constructores) sobre todo en las iglesias
virreinales. Al regresar a Catedral, me di cuenta que habíamos descrito a pie
un par de círculos Zen, aunque, no pertenecemos a ninguna logia o ¿si? El caso
es que en este pequeño viaje, el sincretismo estaba completo.
![]() |
Fotografía: Gabo H. Aguirre |
![]() |
Fotografía: Gabo H. Aguirre |
![]() |
Fotogrfía: Gabo H. Aguirre |
![]() |
Fotografía: Gabo H. Aguirre |
![]() |
Fotografía: Gabo H. Aguirre |
![]() |
Fotografía: Gabo H. Aguirre |
![]() |
Fotografía: Gabo H. Aguirre |
![]() |
Fotografía: Gabo H. Aguirre |