JUANA, LA MUJER QUE
ACCEDIÓ AL PAPADO
Jorge
Noriega
Juana, la única mujer, que se sepa, que
llegó a la silla pontificia, nació en el siglo noveno de esta era en lo que hoy
es Ingelheim, actual Alemania. Hija
de un predicador ambulante, se desarrolló entre gente del clero; su padre,
severo, no quiso que Juana se educara, la madre de quien no se sabe gran cosa,
no cumplió la voluntad del marido y sin que este se enterara, proporcionó a
Juana, mediante sus relaciones con gente de iglesia, una muy completa instrucción.
Tanto que la niña pudo a edad muy temprana, leer la biblia. En griego. Y
comprender los rudimentos del libro sagrado.
La influencia de la madre y sus tutores, no
tengo dudas, hicieron crecer en Juana un intenso sentimiento de curiosidad
intelectual. Y aunque la época veía hostilmente a las mujeres instruidas a
quienes vedaba todo tipo de conocimiento salvo el necesario para cumplir con
las funciones caseras, Juana, queriendo aprender lo que intuía en las
conversaciones del padre con sus colegas, ideó la mejor manera de ingresar en
los monasterios y estudiar: se disfrazó como hombre; masculinizó su nombre: se
hizo llamar Johannes Anglicus (Juan el Inglés) y fugándose de la casa familiar empezó
a viajar con un fraile de quien según parece aprendió los menesteres
eclesiásticos.
Llegada a Roma en fecha incierta y por
razones desconocidas después de la muerte de su amante, aprovechó sus ya sorprendentes
conocimientos para lograr un muy notable prestigio entre los funcionarios del
Vaticano. El Papa León IV la nombró su secretario para asuntos internacionales.
En 844 ingresó en la Curia como notario
y se la consultaba con frecuencia. El Papa mismo la llamaba a consulta con
bastante frecuencia. De ahí al cardenalato no hubo más que un simple trámite
burocrático que superó con agilidad.
Juana o Johaness Anglicus, fue haciendo
crecer, voluntariamente o no, su reputación. Así, siguiendo la costumbre de la
época, a la muerte de su antecesor se llamó al pueblo y a la nobleza para votar
por algún candidato. Juana fue votada y elegida Papa. Era el año 854.
Año en que inició un tranquilo reinado. Sin
sobresaltos ni sospechas, al menos aparentes, de su verdadera condición.
Aquí surge una pregunta: ¿Era esa calma un elaborado plan para ocultar
la sensualidad y lascivia de Juana? Sus varios amantes y la frecuencia con que
los sustituía dejan ver el ansia sexual que si bien paliaba con otra inquietud,
la del saber, no la dejó hasta su final, trágico, por lo demás.
Juana Séptima, la única mujer que ejerció
el pontificado fomentó el estudio de las ciencias, apoyó a los monasterios que
ofrecían formación humanística y científica. En la cuestión religiosa no se interesó
mayormente; cumplía con las formalidades, participaba con gusto en las
ceremonias públicas y nada hacía sospechar del secreto que guardaba con celo.
Sin embargo, y a pesar de las
precauciones, el papa-papesa fue descubierto: la época estaba sumida en la
ignorancia y superstición, el estado grávido era fuente de prácticas muchas
veces fruto de malas voluntades y envidias; sorprende el elevado número de
muertes entre mujeres a punto de parir. Juana debía, seguramente, saber esto. Y
se cuidaba según los recursos de su tiempo. No se sabe, por razones obvias, en
qué consistían las atenciones hacia su estado, ni tampoco su estado de salud aunque
debía ser bueno si atendemos a sus frecuentes salidas de palacio, a su
actividad entre los necesitados, a su intenso deseo de estudiar y a la
frecuencia de sus tratos amatorios, de todos conocidos y por nadie censurados.
Tanto fárrago habría de costarle la vida.
Ignorante de la posible fecha del
alumbramiento, siguió muy activa.
Cerca ya del parto, y después de gobernar
dos años, siete meses y cuatro días, Juan Séptimo, el falso papa, salió a uno
de sus acostumbrados recorridos. A caballo. De pronto cayó de la montura. Sin
poderse levantar, tuvo un aborto; la muchedumbre salió pronto del asombro,
empezó a golpearla, a lapidarla. Finalmente la ataron con su hijo en brazos, a
la cola de un caballo, se fustigó al animal y Juana fue arrastrada por las
calles hasta la muerte.
Se dice que en el lugar donde murió se cavó
precipitadamente una fosa donde quedó sepultada la papesa.
Desde entonces muchos de los papas no
pasaron por esas calles, las evitaron rigurosamente, muchas son las razones que
los romanos dan para explicar la actitud de los pontífices. Ninguna se
sustenta.
Hoy la historia sigue viva, Juan Séptimo, a
pesar de la oposición eclesial, está ahí
para
incordio de quienes se sienten ofendidos: Juan Séptimo goza entre los enterados,
de la misma estima y fama de otros papas menos célebres y casi desconocidos
Fuentes:
Historia de los Papas, Ludovico Pastor
La leyenda del papa, Peter Stanford
El Papa Juan. Novela Donna Woolfolk Cross
Epílogo muy necesario
Habiendo quedado muy ofendida la grey católica
por la transgresión de Juana, se decidió verificar el sexo de cada papa después
de la elección y antes de consagrarlo: Se le hacía sentar en la Sedia stercoraria: un asiento con un
agujero en el centro; un joven eclesiástico tocaba los genitales del nuevo
pontífice, y de estar todo en orden exclamaba: Dos tiene, y bien colgantes. Duos habet et bene pendebant.
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