miércoles, 22 de julio de 2015



DE: GABO H. AGUIRRE

La Vida Es Un Puerco Espín
(Cuaderno de apuntes: sobre el destino en la litaratura)

En el verso de Hölderlin de su poema “ A la serenidad”  donde se sucede el theos como predicativo y no como vocativo: <<En el seno de vetustas eternidades, en lo profundo del caos habitas tú>> estamos ante la presencia divina, es la paradoja del habitar de la unidad como un todo, el tsimtsum (auto contracción de Dios) de los cabalistas judíos, el panteísmo cristiano, el pensamiento universal de Platón, el dios monoteísta. Al establecer de manera violenta la relación tiempo, espacio y pensamiento, el motivo aparece bajo el nombre de destino y podríamos atribuir a esta palabra la esencia del caos primario: todo es uno. El porqué de la violencia del ejemplo, se debe a la arbitrariedad con que se elige cualquier evento de la vida humana y podemos extraer de él un elemento destinal.
    En el hinduismo, trimurti aglutina un dios que crea, uno que mantiene y uno que destruye, un destinador para cada etapa de la vida. A manera de mito universal existe también en cada pueblo y teosofía la idea del destino: “estamos aquí para cumplir una tarea”, y esto se refleja desde la literatura indú, la griega, la china, la zapoteca, etcétera, hasta en la trilogía guerra de las galaxias, si bien, cualquier escéptico diría que sólo es ficción, la respuesta es: sí; debemos recordar y aceptar que el inconsciente colectivo cree en el destino y busca en la vida diaria las señales del mismo.
    Shopenhauer en su ensayo sobre el arte nos dice: “El poeta épico o dramático no debe olvidar que él es el destino”; desmembremos el origen de tal motivo: el primero de los génesis, el más sinuoso: está en lo divino como fuente de vida, aquí el amor, ya sea en el caos o en el orden, es la comprensión última.
    La segunda vertiente esta en la suma de todas las acciones del hombre, la naturaleza y la concatenación del movimiento de todo lo que existe en el universo y sus consecuencias, tales sucesos son la ligadura del universo en sí, causa-efecto como el origen último: es el círculo de los cuatro radios, el logos, la serpiente que muerde su cola, la razón.
    Pero en ambas hay una inconsistencia común; la imperfección del amor es la pasión; la de la razón: la perdida de la cordura, la pasión se pervierte en duda y a su vez en celos: un episodio sicótico que equivale (valga el oxímoron) a una locura consciente. La razón deriva en locura como un sueño, como un olvido. La locura es entonces el no recuerdo de una realidad en común, de un amor en común. Luego entonces si nuestro amor y nuestra razón son imperfectos, nuestra idea del destino ¿también lo es?
    La palabra karma suena exótica y llena de fuerza, como perteneciente a un hermético lenguaje milenario; pero en realidad es un vocablo que semánticamente aglutina significados y uno de sus contenidos, el que nos interesa, es destino; dice en el Ramayana que aquel que logre ver a Dios en su esplendor quedará libre de la rueda de la reencarnación (samsara), pero el tema a comentar no es del orden teosófico sino más bien, es el concerniente a la idea del alma, para los judíos cabalistas de la edad media: si el cuerpo podía exiliarse, entonces también el alma (gilgul), el punto es que regresamos a la idea de la reencarnación: esto es porque, alma y metempsicosis son causa y efecto, esto nos lleva de nuevo a la idea de que hay un plan predeterminado para cada ser viviente en esta esfera; la cantidad de almas desde el punto teológico judío es finita, en el lugar de las almas(Gub) hay un número limitado de ocupantes, esto deriva en una historia con final cerrado, por otro lado la idea budista de la mitosis de las almas como forma de multiplicación de las mismas, nos da una historia abierta: un sólo destinador, dos criterios opuestos. Entonces San Agustín enuncia una verdad a voces: el libre albedrío, y aparece el aforismo: “tú eres el arquitecto de tu propio destino”, nada tan alejado de la realidad y tan certero al mismo tiempo, como toda buena paradoja; pero, existen muchas señales en el acontecer que nos hacen pensar que si hay un destino: premoniciones, coincidencias, visiones, déja vu, etcétera, que aun cuando nos gusten o no, creamos en ellas o no, se presentan. Milan Kundera establece en Jaques Y Su Amo: que si bien pudiera haber un supra-escritor que enuncie los destinos, también paradójicamente tenemos la capacidad de elegir. Y he aquí que por fin hemos llegado al punto: lo anterior me hace pensar que en una ficción, todo puede quedar fuera de las manos del divino poeta y que en algún momento los personajes harán su real gana, como en Niebla de Unamuno.
    Puede la historia comenzar con un juego de palabras entre madre e hija o con la mirada oblicua de una anciana sobre un ventanal también oblongo o quizá con la descriptiva imagen de la Iglesia de la Sagrada Familia como correspondería a una gran admiradora de Gaudí. Sin embargo, contar la vida de una mujer que a sobrevivido a todas la adversidades que la vida tuvo a bien ponerle enfrente, ¿destino?, puede parecer poco serio, como una saga de aventuras sin el rigor propio de un escritor también serio: aquí entramos a la sección de los héroes individuales, en donde lo incidentes insignificantes serán de un dramatismo hipérbole, Marcel Proust en su novela En Busca Del Tiempo Perdido acota: “hay más situaciones dramáticas en diez páginas de literatura que en una vida” ¿es esto el destino? ¿detalles insignificantes que pasamos por alto? ¿la suma de todas las causas y los efectos habidos y por haber son el destino?
    En la pluma literaria de un metafísico-escritor que es uno con el destino, podemos detener el tiempo y transmutarlo en espacio mediante una grafía y pensar con lujo de detalles en aquello que es trascendental e imperceptible en nuestras propias vidas y sintetizar la de los personajes, así, el acontecer trasmuta en una pan-gramática. Ejemplos hay mil en la literatura y la mitología, pero lo que causa escozor a los críticos sobre lo destinal, es la inmoralidad de lo divino: dioses que hacen la guerra, que hacen el amor con las terrenas, que castigan, etcétera. Y si somos la creación a semejanza ¡por qué somos tan imperfectos? Mircea Eliade en su Deus Otiosus habla de “un hacedor de destinos que una vez terminada su creación, se retira para habitar el cielo” y olvida a sus creaturas y las deja en manos de semidioses o dioses imperfectos que cometen lapsus calami  a diestra y siniestra, precisamente cuando están escribiendo los destinos de la humanidad. Finalmente como púas de puerco espín, estos errores de escritura laceran la vida diaria de los personajes que habitan la tierra, creando de manera involuntaria tantos conflictos como seres la habitan. Y si no es así, si lo que llamamos destino, es la suma incontable de todas las causas y efectos de lo conocido y lo no conocido.
    En la vida y el pensamiento, una buena dosis de destino, cualquiera que sea la variante semántica que se prefiera, está presente en el suceder humano, otra cantidad equivalente de libre albedrío esta junto a la primera.
   Los griegos en su metafórica mitología, decían que Zeus tenía dos toneles a sus costados, en la diestra: los rayos de la suerte, en la siniestra: los del azar; cuando desde el monte Olimpo el gran Dios miraba a las criaturas terrenas, que estaban quietas y felices, sabía al instante que algo andaba mal, entonces lanzaba un rayo con la mano izquierda y otro con la derecha y el sino... seguía su curso, porque el mundo no fue creado para los mirones, sino para el conflicto humano; “la literatura siempre es destinal desde el punto de vista de la creatividad, pues es inevitable el destinador, el escritor, narrador, realizador…” “desde el punto de vista del personaje puede ser realista o ser destinal” “desde el punto del lector las posibilidades son infinitas, tantas como queden definidas o indefinidas”. La literatura sobrevivirá en tanto que el hombre no sienta más nada y descubra, que el razonamiento llena todos los huecos; por mientras las historias desvelaran emociones, causas,  destino, que a los hombres dicta el oráculo de Delfos.







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