jueves, 15 de octubre de 2015



FETICHES Y OTRAS MENUDENCIAS DEL PLACER
Por: Gabino Hernández Aguirre
Cierta tarde, digo cierta en sentido indefinido: puede no haber sucedido, vericuetos del subjuntivo: yo como siempre cándido y adormilado: en la ensoñación, me encontré en Coyoacán (mex city) frente a un sex shop, vulgo, condonería, que también vende cosas extrañas para el placer, ¡ah! Exclamé y seguí en la exaltación: ¡también por ahí se puede? Los caminos del señor son inescrutables la luz aclaró otra parte de mi entendimiento. Esta vez  “queridas y queridos” (en voz de la señora Duobtfire, personaje de Robin Williams), por aquello de travestismo ¡jajaja!  Por sí alguno  se identifica, es pura coincidencia, no estoy sacando a nadie a balcón, todavía, ¡Jajajaja! Les voy contar algo sobre los fetiches:
El Fetichismo se define como fantasías sexuales recurrentes y altamente excitantes, impulsos sexuales o comportamientos ligados al uso de objetos no animados (por ejemplo ropa interior femenina) durante un período no inferior a los seis meses. El manual indica que estas fantasías e impulsos sexuales provocan un malestar clínicamente significativo o un deterioro social, laboral o de otras áreas de la actividad del individuo. Diferencia también al fetichismo del fetichismo travestista (cuando se trata de que el individuo masculino se viste con ropas femeninas). También menciona como fetiches a los aparatos diseñados con el propósito de estimular los genitales como un vibrador).

¡Jajaja! No se asusten hay muchos otros fetiches, los amuletos mismos son fetiches pues les damos atributos mágicos, en el caso de los fetiches sexuales una sustitución del erotismo humano por el objeto usado por el  mismo.
Es necesario saber diferenciar el fetichismo de la conducta común, por ejemplo, es agradable ver a una mujer que lleva puesta una minifalda, o un escote que muestra una parte de los senos. Esto no podría considerarse fetichismo, pues el estímulo se produce por el erotismo que estos objetos causan al ocultar partes verdaderamente sexuales, las cuales son los verdaderos objetos de atracción.
En el caso del fetichista, lo excitante sería, por ejemplo, la falda usada por aquella persona, las botas, pañuelos o en general objetos o partes del cuerpo (a excepción de los genitales) sin las cuales el fetichista no lograría alcanzar satisfacción sexual.
No podía faltar Freud aunque muchos dicen que está superado sigue siendo interesante, sobre todo porque parece no salir del Edipo: ¡Jajajaja! Recuerdo una frase del rey lagarto “Mather I fokyou, Father I killyou” ¡Jajajaja!
El fetiche puede ser cualquier objeto que por alguna razón actúa de sustituto del sexo real. Los fetichistas no lo consideran patológico pero reconocen que no es lo normal y pero que obtienen satisfacción erótica con esos objetos u órganos.
El fetiche, dice Freud, es el sustituto del pene, pero no de un pene cualquiera sino de un pene muy particular que durante la infancia tuvo un gran valor y que por razones diferentes luego lo perdió, o más concretamente lo abandonó porque en realidad el fetiche representa el falo de la mujer. El fetiche tiene la función de preservar el falo de la mujer, y así se convierte en una forma de victoria sobre el hecho posible de ser castrado, que de alguna manera es la forma de preservar la posibilidad o la idea infantil de ser castrado. El fetiche dice: "subsiste como un emblema del triunfo sobre la amenaza de la castración y como salvaguardia contra ésta; además, le evita al fetichista convertirse en homosexual, pues confiere a la mujer precisamente aquel atributo que la torna aceptable como objeto sexual” . Y tiene la ventaja de satisfacer sus necesidades eróticas sin que los demás lleguen a considerarlo incorrecto, además de tenerlo a mano cuando lo necesita, algo más complejo si la satisfacción debe realizarse con otra persona.
Sin duda pasear por Coyoacán es más ilustrativo de lo que pensé, les sugiero que la próxima vez que paseen por esos lares, entre tatoos body paint, condonerias y el cafecito de la tarde recapaciten sobre sus fetiches ¡jajajaja!
Por si recuerdan o fingen demencia ¡jajajaja! Ahí le dejo algunos:
  • Excitación por usar ropas y objetos de bebe, sentirse como tal y ser tratado como tal (Infantilismo psicosexual, Adult Baby)
  • Excitación por partes del cuerpo (parcialismo), p. ej. excitación por el cuello, el torso, las manos, los pies
  • Excitación por las axilas
  • Excitación por los vellos corporales (hirsutofilia)
  • Excitación por personas practicando el contorsionismo
  • Excitación por el color negro
  • Excitación por los tacones de aguja
  • Excitación por la ropa de cuero
  • Excitación por la ropa formal
  • Excitación por las botas y calzado de mujer
  • Excitación por los guantes o delantales, capas, etc.
  • Excitación por la ropa interior
  • Excitación por las pantimedias
  • Excitación por las mujeres que se descalzan en sitios públicos, también conocido como shoeplay
  • Excitación por usar chalecos de diversas texturas
  • Excitación por la menstruación y objetos relacionados con esta (Menstruofilia)
  • Excitación por los excrementos humanos (coprofilia)
  • Excitación por las manos femeninas y masculinas
  • Excitación por la música (Melolagnia)
  • Excitación por la sangre o la violencia
  • Excitación por la saliva
  • Excitación por las cosquillas
  • Excitación por las esposas o grilletes
  • Excitación por la gente fumadora (capnolagnia)
  • Excitación por el cuello femenino (tráquea tragando o moviéndose)
  • Excitación por mujeres en estado de embarazo
  • Excitación por los globos de caucho (balloon fetish)
  • Excitación por vestirse con ropa hecha de látex
Entre los fetichismos más recurrentes está de los pies y las manos: en las teorías del comportamiento humano se lanza la tesis: es la madre la que inconscientemente crea este fetichismo en hombres y mujeres al besar y acariciar con pertinaz continuidad las manos y los pies del bebe; luego hasta cierto punto es normal y la línea entre erotismo, parcialismo y fetichismo queda muy diluida; a menos que te gusten las manos del yeti ¡jajajaja!









                                                     DESAHOGO DE UN VICIOSO  


            Jorge Noriega    


     Me llamo Alvear.
     Soy cafeinómano y del todo inocente de esto; la responsabilidad recae totalmente sobre la mamá de Alejandro, un compañero de escuela y vecino mío; la señora, Laura de nombre, quien desde que decidió según propia confesión disponer de mi tiempo  los lunes, miércoles y viernes para que la “escoltara”, vieja cínica, al centro, a la calle de Revillagigedo, donde había un tostador de café  y adquirir un kilo de caracolillo recién molido y destinado a la soporífera (nótese la ironía) y casi perpetua sobremesa a la que era yo siempre invitado para oír los desahogos memorísticos del marido quien se decía ex capitán de la fuerza aérea. No es que no lo fuera, no, pruebas había de sobra. Pero es el caso que el hombre no cesaba de manotear para describir la vuelta o maniobra Immelman (espero haber escrito bien el nombre del aviador) y sus proezas. Este Immelman, a quien conozco de sobra por arte de lecturas enjundiosas, algo de Internet y narraciones del papá de mi vecino, fue por varios años testigo de cómo las tazas de café bien caliente se iban enfriando al ritmo de las peroratas del ex capitán quien simplemente no paraba de hablar hasta que notaba, con disgusto, que su caracolillo se había enfriado en la taza e iba a parar al fregadero por enérgica orden del señor. Desde luego no tengo, ni importa, la menor idea de cuántos litros de café se iban al desagüe, por culpa de Immelmann o mejor, del neurótico padre de Alejandro, quien por cierto, harto de Immelman y zarandajas, se pegó un tiro a la voz de ¡Pinche Immelman! justo cuando el padre peroraba por enésima vez cantando las glorias del viejo piloto. Pero todo hay que decirlo, cometió el acto después de tomarse una taza de café bien caliente y a la vista de su angustiada madre quien durante las tres semanas siguientes al deceso no cesaba de lamentarse ni por el café desperdiciado en un difunto ni por la mancha que la taza dejó en el mantel recién planchado.
    Así que bien visto, mi irrefrenable pasión por el antiquísimo brebaje y sus alrededores está más que justificada. ¡Cómo no iba a ser así con tales y tantos antecedentes!
    Pero dejemos las tragedias, si Alejandro se abrió la cabeza con un proyectil del .757 y usando un revólver de tiempos, precisamente, de el ya tan mentado Immelman, el problema, si hay alguno, es de él y nada más. Permítaseme enfatizar esta idea con un sonoro ¡Carajo!
    Ahora bien (o mal), todo esto viene a cuento porque hace unos dos o tres miércoles habiendo ido a la calle, precisamente de Revillagigedo, noté confuso y zarandeado por sentimientos encontrados que el tostador y molino de café cuasi protagonista de esta tan histórica rememoración, ya no existe; hay ahora, en su lugar, en ofensiva e insultante presencia, una tienda de ésas que la estupidez moderna llama “boutiques”: donde antes había un molino y tostadora, hay ahora un despliegue de niñas de plástico luciendo atrevidas y vaporosas “combinaciones” para salir o más frecuentemente entrar en alguna cama. …Volvería a enfatizar como más arriba, pero mejor no. Mejor apelo al romano: ¡O Tempora, o Mores!* Que bien ilustra mi desencanto y testimonio ante tales ultrajes de lo que es y no debía, bajo ningún concepto, ser cotidiano y aburrido por tan repetitivo.
     En fin, que la belleza de la vida se va escapando por este tipo de resquicios propios de chusmas hoy dominantes de territorios que antes eran bendecidos y hoy no son sino sumideros de toda clase; ¡”Cuan gritan esos malditos!” dijo atinadamente Don Juan Tenorio.
     Pero, ¿a qué viene toda esta desviación de lo que empezó siendo un intento más de sacralizar el café?.
    Pues a que los nobles espíritus del cafeto y sus propiedades cardiotónicas (entre otras) se apoderan de ánimos incluso más templados que el mío cuando invaden las conversaciones o los textos. Véase: no hay aquí ni en los alrededores inmediatos nada parecido a una taza de café; sin embargo toda esta disquisición parece estar dándose en torno a una buena taza del elíxir, creación de las divinidades más arcanas para divagar, construir lo que de noble y sagrado pueda tener la mente del antropoide este que también es capaz de atrocidades y malas acciones.
    ¿Qué hago aquí, ahora y después con este texto? Ni lo sé ni lo entiendo porque no tomo café ni lo he hecho nunca. Así que no es sino una excentricidad el auto llamarme cafeinómano.

Max Immelman.   Célebre piloto alemán de la Primera Guerra Mundial

*!O tempora, o mores!. ¡Oh tiempos, o costumbres! Cicerón criticando la perversidad de los hombres de su época en la Catilinaria I.


Jorge Noriega










    







   
   






La desgracia no viaja en tranvía

Por Luis M. Márquez V.

Vivimos en tempos de mucha competencia, para encontrar un empleo hay que competir con diez o veinte más que también lo quieren, y es que hay pocas oportunidades, la pobreza se acentúa aunque el discurso oficial diga que vamos bien. Hasta pedir limosna en esta ciudad es cada vez un oficio más competido. No basta estirar la mano, hay que ganarse el pan de cada día con el sudor de la frente. La desgracia de cientos de indigentes se viste de payasos nalgones, malabaristas, cirqueros, mimos, lanza fuego, limpiadores de parabrisas, “viene, viene”, y toda una constelación que hacen circo y maroma en el tiempo que dura el rojo del semáforo.
            Tal vez estos artistas improvisados sepan o intuyan una de las bases filosóficas de la risa, que es la desgracia humana. Lo paradójico es que estos actores de esquina no actúan la desgracia, sino la viven dramáticamente. La desesperación por ganar unos centavos los llevan a la caricaturización de sí mismos. Son payasitos tristes, que sin técnicas circenses improvisan actos que no causan admiración, sino lástima, la mayoría de las veces. Así, la desgracia de sus vidas se escenifica en la desgracia de sus actuaciones.
            La risa, y así lo entendían artistas cómicos como Charles Chaplin, El Gordo y el Flaco y en México Cantinflas, Tin-Tan, entre muchos otros, se arranca cuando un personaje se ve en situaciones ridículas, de desgracia. Nada es más efectivo para provocar carcajadas que el resbalón de un hombre al bajar el camión, tropezar y caer de bruces o cuando a una dama le vuela el vestido el aire, o cuando a un dandy lo salpica de lodo un automóvil que pasa por encima de un charco, cuando alguien choca con un poste por estar viendo la minifalda de una chica guapa.
            Un verdadero catálogo de ese tipo de situaciones lo encontramos en las películas cómicas de los más grandes artistas, principalmente del cine mudo. Cantinflas, por ejemplo, mexicaniza esas situaciones, en el vaguito ingenuo pero audaz, que a base de tropiezos y malos entendidos consigue lo que se propone, su desgracia se convierte al final en éxito y redime así a su propio personaje, y esa era la base de las historias que escenificó Chaplin, su personaje Charlot, el vagabundo, siempre andaba en desgracia, y en su ingenuidad, pero con buenas intenciones, sorteaba los peligros y vencía a los villanos graciosamente… Y se quedaba con la dama linda, de la que alguien quería aprovecharse, él la salvaba y se salvaba de los malosos.
            No así lo podemos decir de cientos de artistas ambulantes de las calles de la Ciudad de México, que siempre, diariamente, en cada alto, son una vez más derrotados por su desgracia de no tener oportunidades en la vida, no tienen la oportunidad de vencer, no al maloso, sino su desgracia.
            Una mujer y su pequeña niña de unos cinco años malabarean dos o tres naranjas durante unos 20 segundos y de inmediato se dirigen a las ventanillas de los autos a pedir lo que les quiera dar el espectador ocasional, el automovilista, o el pasajero del Metro, que de mal humor escarba en sus bolsas unos centavos, la mayoría, en ostensible soberbia, ni los voltean a ver. Su verdadero arte es autodenigrarse para causar lástima, pero nunca risa, nunca admiración por su pericia. Payasos nalgones, pintados de la cara, que lanzan al aire pelotitas, aros, uno parado en los hombros de otro, con caras que parecen alegres, que son máscaras de dolor, porque jamás podrán dejar de representar actos que no arrancan risa, sino amargura, coraje, molestia o simplemente desdén, pero por lo general algo les dan, porque si no ya hubiera desaparecido ese oficio callejero, porque si no, habría más vándalos en las calles.
            El circo, desde siempre fue un espectáculo de desclasados, grupos de artistas que se unían y viajaban de pueblo en pueblo en la Europa medieval, para presentar a los seres más extraños, contrahechos, de ahí la mujer tortuga, los enanitos y los payasos, seres en desgracia, que provocan risa por su desgracia, y en el fondo también horror.
            Las carpas de circo apenas se recuerdan en esta ciudad, pero los cirqueros deambulan por las calles estirando la mano para que les den unos centavos y de eso viven, no quieren, no les interesa provocar risas, no quieren que les aplaudan, simplemente que les den para comer. A esos artistas, se suman muchos trovadores que se desgarran la garganta para que los oigan, mientras los pasajeros del Metro y de los camiones ni se inmutan, tampoco les hacen el menor caso en los restaurantes y las loncherías.
            Pero hay otra clase más, la que no se disfraza de nada, la que vive su personaje tal cual: los limosneros comunes y corrientes, que con cara sucia y devastada suplican caridad, o los vendedores de chicles, de refrescos, agua embotellada para el calor del tráfico, los que venden fritangas, los limpiaparabrisas, todos ellos viven su desgracia, pero no pretenden hacer reír. Los payasos nalgones, en cambio, son los que más se acercan al arte de ganarse el dinero provocando la risa. Sus grandes globos bajo los pantalones de cuadros, de colores vistosos, verdaderamente los convierten en la personificación de la ridiculez, esa es la esencia de la risa y aunque no lo sepan, esa es la desgracia que la gente quiere ver.
            Más risa provoca ver los noticieros y escuchar que vamos bien, lo dice el preciso. Estamos ahora en espera de que el Congreso aprueben los presupuesto de ingresos y egresos de 2016, en donde ya se anticipa un recorte en el gasto gubernamental y abstenerse de subir el precio de la gasolina, entre otras medidas encaminadas a demostrarle a la población que las 12 reformas estructurales aprobadas sí están funcionando, porque el discurso oficial dice que vamos bien, que cada cuatrimestre se crearon chorromil empleos más, y cada vez mejor pagados, pero nadie ha visto el resultado en sus bolsillos. Por lo pronto, basta salir a la calle y ver que hay cientos de desempleados disfrazados de desgracia para hacer reír, y hay otro giro que cada vez adquiere más adeptos, el asalto en motocicleta, a mano armada, pero los diputados ya están viendo cómo van a resolver el año entrante tanta desgracia, claro, sin reducirse el sueldo ellos, eso ya sería de locos.