jueves, 15 de octubre de 2015



                                                     DESAHOGO DE UN VICIOSO  


            Jorge Noriega    


     Me llamo Alvear.
     Soy cafeinómano y del todo inocente de esto; la responsabilidad recae totalmente sobre la mamá de Alejandro, un compañero de escuela y vecino mío; la señora, Laura de nombre, quien desde que decidió según propia confesión disponer de mi tiempo  los lunes, miércoles y viernes para que la “escoltara”, vieja cínica, al centro, a la calle de Revillagigedo, donde había un tostador de café  y adquirir un kilo de caracolillo recién molido y destinado a la soporífera (nótese la ironía) y casi perpetua sobremesa a la que era yo siempre invitado para oír los desahogos memorísticos del marido quien se decía ex capitán de la fuerza aérea. No es que no lo fuera, no, pruebas había de sobra. Pero es el caso que el hombre no cesaba de manotear para describir la vuelta o maniobra Immelman (espero haber escrito bien el nombre del aviador) y sus proezas. Este Immelman, a quien conozco de sobra por arte de lecturas enjundiosas, algo de Internet y narraciones del papá de mi vecino, fue por varios años testigo de cómo las tazas de café bien caliente se iban enfriando al ritmo de las peroratas del ex capitán quien simplemente no paraba de hablar hasta que notaba, con disgusto, que su caracolillo se había enfriado en la taza e iba a parar al fregadero por enérgica orden del señor. Desde luego no tengo, ni importa, la menor idea de cuántos litros de café se iban al desagüe, por culpa de Immelmann o mejor, del neurótico padre de Alejandro, quien por cierto, harto de Immelman y zarandajas, se pegó un tiro a la voz de ¡Pinche Immelman! justo cuando el padre peroraba por enésima vez cantando las glorias del viejo piloto. Pero todo hay que decirlo, cometió el acto después de tomarse una taza de café bien caliente y a la vista de su angustiada madre quien durante las tres semanas siguientes al deceso no cesaba de lamentarse ni por el café desperdiciado en un difunto ni por la mancha que la taza dejó en el mantel recién planchado.
    Así que bien visto, mi irrefrenable pasión por el antiquísimo brebaje y sus alrededores está más que justificada. ¡Cómo no iba a ser así con tales y tantos antecedentes!
    Pero dejemos las tragedias, si Alejandro se abrió la cabeza con un proyectil del .757 y usando un revólver de tiempos, precisamente, de el ya tan mentado Immelman, el problema, si hay alguno, es de él y nada más. Permítaseme enfatizar esta idea con un sonoro ¡Carajo!
    Ahora bien (o mal), todo esto viene a cuento porque hace unos dos o tres miércoles habiendo ido a la calle, precisamente de Revillagigedo, noté confuso y zarandeado por sentimientos encontrados que el tostador y molino de café cuasi protagonista de esta tan histórica rememoración, ya no existe; hay ahora, en su lugar, en ofensiva e insultante presencia, una tienda de ésas que la estupidez moderna llama “boutiques”: donde antes había un molino y tostadora, hay ahora un despliegue de niñas de plástico luciendo atrevidas y vaporosas “combinaciones” para salir o más frecuentemente entrar en alguna cama. …Volvería a enfatizar como más arriba, pero mejor no. Mejor apelo al romano: ¡O Tempora, o Mores!* Que bien ilustra mi desencanto y testimonio ante tales ultrajes de lo que es y no debía, bajo ningún concepto, ser cotidiano y aburrido por tan repetitivo.
     En fin, que la belleza de la vida se va escapando por este tipo de resquicios propios de chusmas hoy dominantes de territorios que antes eran bendecidos y hoy no son sino sumideros de toda clase; ¡”Cuan gritan esos malditos!” dijo atinadamente Don Juan Tenorio.
     Pero, ¿a qué viene toda esta desviación de lo que empezó siendo un intento más de sacralizar el café?.
    Pues a que los nobles espíritus del cafeto y sus propiedades cardiotónicas (entre otras) se apoderan de ánimos incluso más templados que el mío cuando invaden las conversaciones o los textos. Véase: no hay aquí ni en los alrededores inmediatos nada parecido a una taza de café; sin embargo toda esta disquisición parece estar dándose en torno a una buena taza del elíxir, creación de las divinidades más arcanas para divagar, construir lo que de noble y sagrado pueda tener la mente del antropoide este que también es capaz de atrocidades y malas acciones.
    ¿Qué hago aquí, ahora y después con este texto? Ni lo sé ni lo entiendo porque no tomo café ni lo he hecho nunca. Así que no es sino una excentricidad el auto llamarme cafeinómano.

Max Immelman.   Célebre piloto alemán de la Primera Guerra Mundial

*!O tempora, o mores!. ¡Oh tiempos, o costumbres! Cicerón criticando la perversidad de los hombres de su época en la Catilinaria I.


Jorge Noriega










    







   
   




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