DESAHOGO DE UN VICIOSO
Jorge Noriega
Me
llamo Alvear.
Soy
cafeinómano y del todo inocente de esto; la responsabilidad recae totalmente
sobre la mamá de Alejandro, un compañero de escuela y vecino mío; la señora,
Laura de nombre, quien desde que decidió según propia confesión disponer de mi
tiempo los lunes, miércoles y viernes
para que la “escoltara”, vieja cínica, al centro, a la calle de Revillagigedo,
donde había un tostador de café y
adquirir un kilo de caracolillo recién molido y destinado a la soporífera
(nótese la ironía) y casi perpetua sobremesa a la que era yo siempre invitado
para oír los desahogos memorísticos del marido quien se decía ex capitán de la
fuerza aérea. No es que no lo fuera, no, pruebas había de sobra. Pero es el
caso que el hombre no cesaba de manotear para describir la vuelta o maniobra
Immelman (espero haber escrito bien el nombre del aviador) y sus proezas. Este
Immelman, a quien conozco de sobra por arte de lecturas enjundiosas, algo de Internet
y narraciones del papá de mi vecino, fue por varios años testigo de cómo las
tazas de café bien caliente se iban enfriando al ritmo de las peroratas del ex
capitán quien simplemente no paraba de hablar hasta que notaba, con disgusto,
que su caracolillo se había enfriado en la taza e iba a parar al fregadero por
enérgica orden del señor. Desde luego no tengo, ni importa, la menor idea de
cuántos litros de café se iban al desagüe, por culpa de Immelmann o mejor, del
neurótico padre de Alejandro, quien por cierto, harto de Immelman y zarandajas,
se pegó un tiro a la voz de ¡Pinche Immelman! justo cuando el padre peroraba
por enésima vez cantando las glorias del viejo piloto. Pero todo hay que
decirlo, cometió el acto después de tomarse una taza de café bien caliente y a
la vista de su angustiada madre quien durante las tres semanas siguientes al
deceso no cesaba de lamentarse ni por el café desperdiciado en un difunto ni
por la mancha que la taza dejó en el mantel recién planchado.
Así
que bien visto, mi irrefrenable pasión por el antiquísimo brebaje y sus
alrededores está más que justificada. ¡Cómo no iba a ser así con tales y tantos
antecedentes!
Pero
dejemos las tragedias, si Alejandro se abrió la cabeza con un proyectil del
.757 y usando un revólver de tiempos, precisamente, de el ya tan mentado
Immelman, el problema, si hay alguno, es de él y nada más. Permítaseme
enfatizar esta idea con un sonoro ¡Carajo!
Ahora
bien (o mal), todo esto viene a cuento porque hace unos dos o tres miércoles
habiendo ido a la calle, precisamente de Revillagigedo, noté confuso y
zarandeado por sentimientos encontrados que el tostador y molino de café cuasi
protagonista de esta tan histórica rememoración, ya no existe; hay ahora, en su
lugar, en ofensiva e insultante presencia, una tienda de ésas que la estupidez
moderna llama “boutiques”: donde antes había un molino y tostadora, hay ahora
un despliegue de niñas de plástico luciendo atrevidas y vaporosas
“combinaciones” para salir o más frecuentemente entrar en alguna cama. …Volvería
a enfatizar como más arriba, pero mejor no. Mejor apelo al romano: ¡O Tempora,
o Mores!* Que bien ilustra mi desencanto y testimonio ante tales ultrajes de lo
que es y no debía, bajo ningún concepto, ser cotidiano y aburrido por tan
repetitivo.
En
fin, que la belleza de la vida se va escapando por este tipo de resquicios
propios de chusmas hoy dominantes de territorios que antes eran bendecidos y
hoy no son sino sumideros de toda clase; ¡”Cuan gritan esos malditos!” dijo
atinadamente Don Juan Tenorio.
Pero, ¿a qué viene toda esta desviación de lo que empezó siendo un
intento más de sacralizar el café?.
Pues a que los nobles espíritus del cafeto y
sus propiedades cardiotónicas (entre otras) se apoderan de ánimos incluso más
templados que el mío cuando invaden las conversaciones o los textos. Véase: no
hay aquí ni en los alrededores inmediatos nada parecido a una taza de café; sin
embargo toda esta disquisición parece estar dándose en torno a una buena taza
del elíxir, creación de las divinidades más arcanas para divagar, construir lo
que de noble y sagrado pueda tener la mente del antropoide este que también es
capaz de atrocidades y malas acciones.
¿Qué
hago aquí, ahora y después con este texto? Ni lo sé ni lo entiendo porque no
tomo café ni lo he hecho nunca. Así que no es sino una excentricidad el auto
llamarme cafeinómano.
Max Immelman.
Célebre piloto alemán de la Primera Guerra Mundial
*!O tempora, o mores!. ¡Oh tiempos, o
costumbres! Cicerón criticando la perversidad de los hombres de su época en la
Catilinaria I.
Jorge Noriega
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