jueves, 15 de octubre de 2015



La desgracia no viaja en tranvía

Por Luis M. Márquez V.

Vivimos en tempos de mucha competencia, para encontrar un empleo hay que competir con diez o veinte más que también lo quieren, y es que hay pocas oportunidades, la pobreza se acentúa aunque el discurso oficial diga que vamos bien. Hasta pedir limosna en esta ciudad es cada vez un oficio más competido. No basta estirar la mano, hay que ganarse el pan de cada día con el sudor de la frente. La desgracia de cientos de indigentes se viste de payasos nalgones, malabaristas, cirqueros, mimos, lanza fuego, limpiadores de parabrisas, “viene, viene”, y toda una constelación que hacen circo y maroma en el tiempo que dura el rojo del semáforo.
            Tal vez estos artistas improvisados sepan o intuyan una de las bases filosóficas de la risa, que es la desgracia humana. Lo paradójico es que estos actores de esquina no actúan la desgracia, sino la viven dramáticamente. La desesperación por ganar unos centavos los llevan a la caricaturización de sí mismos. Son payasitos tristes, que sin técnicas circenses improvisan actos que no causan admiración, sino lástima, la mayoría de las veces. Así, la desgracia de sus vidas se escenifica en la desgracia de sus actuaciones.
            La risa, y así lo entendían artistas cómicos como Charles Chaplin, El Gordo y el Flaco y en México Cantinflas, Tin-Tan, entre muchos otros, se arranca cuando un personaje se ve en situaciones ridículas, de desgracia. Nada es más efectivo para provocar carcajadas que el resbalón de un hombre al bajar el camión, tropezar y caer de bruces o cuando a una dama le vuela el vestido el aire, o cuando a un dandy lo salpica de lodo un automóvil que pasa por encima de un charco, cuando alguien choca con un poste por estar viendo la minifalda de una chica guapa.
            Un verdadero catálogo de ese tipo de situaciones lo encontramos en las películas cómicas de los más grandes artistas, principalmente del cine mudo. Cantinflas, por ejemplo, mexicaniza esas situaciones, en el vaguito ingenuo pero audaz, que a base de tropiezos y malos entendidos consigue lo que se propone, su desgracia se convierte al final en éxito y redime así a su propio personaje, y esa era la base de las historias que escenificó Chaplin, su personaje Charlot, el vagabundo, siempre andaba en desgracia, y en su ingenuidad, pero con buenas intenciones, sorteaba los peligros y vencía a los villanos graciosamente… Y se quedaba con la dama linda, de la que alguien quería aprovecharse, él la salvaba y se salvaba de los malosos.
            No así lo podemos decir de cientos de artistas ambulantes de las calles de la Ciudad de México, que siempre, diariamente, en cada alto, son una vez más derrotados por su desgracia de no tener oportunidades en la vida, no tienen la oportunidad de vencer, no al maloso, sino su desgracia.
            Una mujer y su pequeña niña de unos cinco años malabarean dos o tres naranjas durante unos 20 segundos y de inmediato se dirigen a las ventanillas de los autos a pedir lo que les quiera dar el espectador ocasional, el automovilista, o el pasajero del Metro, que de mal humor escarba en sus bolsas unos centavos, la mayoría, en ostensible soberbia, ni los voltean a ver. Su verdadero arte es autodenigrarse para causar lástima, pero nunca risa, nunca admiración por su pericia. Payasos nalgones, pintados de la cara, que lanzan al aire pelotitas, aros, uno parado en los hombros de otro, con caras que parecen alegres, que son máscaras de dolor, porque jamás podrán dejar de representar actos que no arrancan risa, sino amargura, coraje, molestia o simplemente desdén, pero por lo general algo les dan, porque si no ya hubiera desaparecido ese oficio callejero, porque si no, habría más vándalos en las calles.
            El circo, desde siempre fue un espectáculo de desclasados, grupos de artistas que se unían y viajaban de pueblo en pueblo en la Europa medieval, para presentar a los seres más extraños, contrahechos, de ahí la mujer tortuga, los enanitos y los payasos, seres en desgracia, que provocan risa por su desgracia, y en el fondo también horror.
            Las carpas de circo apenas se recuerdan en esta ciudad, pero los cirqueros deambulan por las calles estirando la mano para que les den unos centavos y de eso viven, no quieren, no les interesa provocar risas, no quieren que les aplaudan, simplemente que les den para comer. A esos artistas, se suman muchos trovadores que se desgarran la garganta para que los oigan, mientras los pasajeros del Metro y de los camiones ni se inmutan, tampoco les hacen el menor caso en los restaurantes y las loncherías.
            Pero hay otra clase más, la que no se disfraza de nada, la que vive su personaje tal cual: los limosneros comunes y corrientes, que con cara sucia y devastada suplican caridad, o los vendedores de chicles, de refrescos, agua embotellada para el calor del tráfico, los que venden fritangas, los limpiaparabrisas, todos ellos viven su desgracia, pero no pretenden hacer reír. Los payasos nalgones, en cambio, son los que más se acercan al arte de ganarse el dinero provocando la risa. Sus grandes globos bajo los pantalones de cuadros, de colores vistosos, verdaderamente los convierten en la personificación de la ridiculez, esa es la esencia de la risa y aunque no lo sepan, esa es la desgracia que la gente quiere ver.
            Más risa provoca ver los noticieros y escuchar que vamos bien, lo dice el preciso. Estamos ahora en espera de que el Congreso aprueben los presupuesto de ingresos y egresos de 2016, en donde ya se anticipa un recorte en el gasto gubernamental y abstenerse de subir el precio de la gasolina, entre otras medidas encaminadas a demostrarle a la población que las 12 reformas estructurales aprobadas sí están funcionando, porque el discurso oficial dice que vamos bien, que cada cuatrimestre se crearon chorromil empleos más, y cada vez mejor pagados, pero nadie ha visto el resultado en sus bolsillos. Por lo pronto, basta salir a la calle y ver que hay cientos de desempleados disfrazados de desgracia para hacer reír, y hay otro giro que cada vez adquiere más adeptos, el asalto en motocicleta, a mano armada, pero los diputados ya están viendo cómo van a resolver el año entrante tanta desgracia, claro, sin reducirse el sueldo ellos, eso ya sería de locos.





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