La
desgracia no viaja en tranvía
Por Luis M. Márquez V.
Vivimos
en tempos de mucha competencia, para encontrar un empleo hay que competir con
diez o veinte más que también lo quieren, y es que hay pocas oportunidades, la
pobreza se acentúa aunque el discurso oficial diga que vamos bien. Hasta pedir
limosna en esta ciudad es cada vez un oficio más competido. No basta estirar la
mano, hay que ganarse el pan de cada día con el sudor de la frente. La
desgracia de cientos de indigentes se viste de payasos nalgones, malabaristas, cirqueros, mimos, lanza
fuego, limpiadores de parabrisas, “viene, viene”, y toda una constelación que
hacen circo y maroma en el tiempo que dura el rojo del semáforo.
Tal vez estos artistas improvisados sepan o intuyan una de las bases filosóficas
de la risa, que es la desgracia humana. Lo paradójico es que estos actores de
esquina no actúan la desgracia, sino la viven dramáticamente. La desesperación
por ganar unos centavos los llevan a la caricaturización de sí mismos. Son
payasitos tristes, que sin técnicas circenses improvisan actos que no causan
admiración, sino lástima, la mayoría de
las veces. Así, la desgracia de sus vidas se escenifica en la
desgracia de sus actuaciones.
La risa, y así lo entendían artistas
cómicos como Charles Chaplin, El Gordo y el Flaco y en México Cantinflas, Tin-Tan,
entre muchos otros, se arranca cuando un personaje se ve en situaciones
ridículas, de desgracia. Nada es más efectivo para provocar carcajadas que el resbalón
de un hombre al bajar el camión, tropezar y caer de bruces o cuando a una dama le
vuela el vestido el aire, o cuando a un dandy lo salpica de lodo un automóvil
que pasa por encima de un charco, cuando alguien choca con un poste por estar viendo
la minifalda de una chica guapa.
Un verdadero catálogo de ese tipo de
situaciones lo encontramos en las películas cómicas de los más grandes
artistas, principalmente del cine mudo. Cantinflas, por ejemplo, mexicaniza
esas situaciones, en el vaguito ingenuo pero audaz, que a base de tropiezos y
malos entendidos consigue lo que se propone, su desgracia se convierte al final
en éxito y redime así a su propio personaje, y esa era la base de las historias
que escenificó Chaplin, su personaje Charlot,
el
vagabundo, siempre andaba en
desgracia, y en su ingenuidad, pero con buenas intenciones, sorteaba los peligros y vencía a
los villanos graciosamente… Y se quedaba
con la dama linda, de la que alguien quería aprovecharse, él la salvaba y se
salvaba de los malosos.
No así lo podemos decir de cientos
de artistas ambulantes de las calles de la Ciudad de México, que siempre,
diariamente, en cada alto, son una vez más derrotados por su desgracia de no
tener oportunidades en la vida, no tienen
la oportunidad de vencer, no al maloso, sino su desgracia.
Una mujer y su pequeña niña de unos
cinco años malabarean dos o tres naranjas
durante unos 20 segundos y de inmediato se dirigen a las ventanillas de los
autos a pedir lo que les quiera dar el espectador ocasional, el automovilista, o
el pasajero del Metro, que de mal humor escarba en sus bolsas unos centavos, la
mayoría, en ostensible soberbia, ni los voltean a ver. Su verdadero arte es
autodenigrarse para causar lástima, pero nunca risa, nunca admiración por su
pericia. Payasos nalgones, pintados de la cara, que lanzan al aire pelotitas, aros,
uno parado en los hombros de otro, con caras que parecen alegres, que son
máscaras de dolor, porque jamás podrán dejar de representar actos que no
arrancan risa, sino amargura, coraje, molestia o simplemente desdén, pero por
lo general algo les dan, porque si no ya hubiera desaparecido ese oficio
callejero, porque si no, habría más vándalos en las calles.
El circo, desde siempre fue un
espectáculo de desclasados, grupos de artistas que se unían y viajaban de
pueblo en pueblo en la Europa medieval, para presentar a los seres más extraños,
contrahechos, de ahí la mujer tortuga, los enanitos y los payasos, seres en
desgracia, que provocan risa por su desgracia, y en el fondo también horror.
Las carpas de circo apenas se
recuerdan en esta ciudad, pero los cirqueros deambulan por las calles estirando
la mano para que les
den unos centavos y de eso viven, no quieren, no les interesa provocar risas,
no quieren que les aplaudan, simplemente que les den para comer. A esos
artistas, se suman muchos trovadores que se desgarran la garganta para que los
oigan, mientras los pasajeros del Metro y de los camiones ni se inmutan,
tampoco les hacen el menor caso en los restaurantes y las loncherías.
Pero hay otra clase más, la que no
se disfraza de nada, la que vive su personaje tal cual: los limosneros comunes
y corrientes, que con cara sucia y devastada suplican caridad, o los vendedores
de chicles, de refrescos, agua embotellada para el calor del tráfico, los que
venden fritangas, los limpiaparabrisas, todos ellos viven su desgracia, pero no
pretenden hacer reír. Los payasos nalgones, en cambio, son los que más se
acercan al arte de ganarse el dinero provocando la risa. Sus grandes globos
bajo los pantalones de cuadros, de colores vistosos, verdaderamente los
convierten en la personificación de la ridiculez, esa es la esencia de la risa
y aunque no lo sepan, esa es la desgracia que la gente quiere ver.
Más risa provoca ver los noticieros
y escuchar que vamos bien, lo dice el preciso. Estamos ahora en espera de que
el Congreso aprueben los presupuesto de
ingresos y egresos de 2016, en donde ya se anticipa un recorte en el gasto
gubernamental y abstenerse de subir el precio de la gasolina, entre otras medidas encaminadas a
demostrarle a la población que las 12 reformas estructurales aprobadas sí están
funcionando, porque el discurso oficial dice que vamos bien, que cada
cuatrimestre se crearon chorromil empleos más, y cada vez mejor pagados, pero
nadie ha visto el resultado en sus bolsillos. Por lo pronto, basta salir a la
calle y ver que hay cientos
de desempleados disfrazados de desgracia para hacer reír, y hay otro giro que
cada vez adquiere más adeptos, el asalto en motocicleta, a mano armada, pero
los diputados ya están viendo cómo van a resolver el año entrante tanta
desgracia, claro, sin reducirse el sueldo ellos, eso ya sería de locos.
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