LOS DEMONIOS DE LOUDUN
Jorge
Noriega
Aldous Huxley, el lúcido escritor, escribió
entre otras literaturas el fascinante ensayo Los Demonios de Loudun.
Loudun es una pequeña población francesa;
hoy tiene cerca de 9.000 habitantes; relativamente cerca de París no se
distingue de otras comunidades de la zona; tiene una escuela de veterinaria,
sus trufas son célebres y la mezcla de católicos y protestantes está bien
equilibrada.
Ahí se fundó en 1626 un convento de monjas
ursulinas. Las primeras en llegar fueron 17 jóvenes religiosas cuyo ministerio
se estableció en la ciudad para contrarrestar a los hugonotes, por entonces
mayoría religiosa.
Una de ellas era Jeanne de Belcier, cuyo
nombre religioso fue Juana de los Ángeles. Encorvada y muy pequeña, Juana
poseía un carácter difícil, era ambiciosa e ingresó en las Ursulinas a los
veinte años. Enviada a la comunidad de Loudun, pronto se reveló como una intrigante
peligrosa. Así, mediante maniobras sucias, llegó a ser la superiora de la
comunidad.
Pronto hizo amistad con Urban Grandier,
cura párroco de una de las principales parroquias de la zona. El hombre,
llegado en 1627 a Loudun, tenía 27 años y era según las crónicas, un tipo atractivo, culto y elegante. Y fuera
de las historias, un sinvergüenza redomado, además de lujurioso insaciable.
Joya eclesiástica, pues.
Pero era un excelente orador religioso;
Tenía embobadas a sus feligresas con sus muy piadosos sermones y molestos a los
maridos quienes no podían acusarlo de heterodoxia ni evitar su presencia en las
reuniones que las señoras organizaban ni alejarlas del confesionario. Hasta que sucedió el desaguisado que me ocupa
y que no fue moco de pavo.
El borlote empezó a surgir cuando se supo
que el cura de almas se casó, en secreto, con una hermosa jovencita en una
ceremonia oficiada por el novio en una iglesia abandonada. Después de eso, el
seductor se atrevió con Phelipa Trincant, hija del fiscal local. Al embarazo
sucedió un matrimonio de esos que pretenden arreglar los penosos asuntos y sólo
los agravan: el padre de Phelipa, agraviado en su honor, juró venganza, así que
en conjunto con otros ofendidos, acusó al párroco de su inmoralidad y logró que
se le juzgara; pero Grandier tenía sus adláteres (seguidoras) y salió de
rositas (indemne), el muy burlador.
Mientras todo esto daba combustible a las
habladurías, Juana, quien al parecer seguía con interés el asunto, buscó a
Grandier y le propuso para pedirle se hiciera cargo del confesionario
conventual. Éste se negó y en su lugar llegó un enemigo del sacerdote, el
Canónigo Mignon. Y aquí empieza la verdadera truculencia de la historia: El
Canónigo se encontró con una serie de extraños acontecimientos en el convento:
La jóvenes religiosas escuchaban ruidos, oían voces (masculinas) y se iban
trastornando más y más. Entonces Mignon, ningún tonto, decidió aprovechar la
histeria conventual para sus designios.
Para empezar, trajo a un sacerdote a quien
hizo certificar que las religiosas estaban, todas, poseídas por multitudes de
demonios; era necesario un exorcismo en forma.
Los habitantes de Loudun entusiasmados ante
la novedad, empezaron a asistir a las sesiones, éstas iban creciendo en espectacularidad y la misma
Juana protagonizó un espectáculo público al mejor estilo de la película
aquella, “El exorcista” que tanto ruido hizo en su momento.
Se dijo
entonces que eran siete los demonios en Juana, cada uno con su nombre; esto
hizo que las sesiones continuaran, cada una más violentamente espectacular que
la anterior. Y aquí empezó la desgracia de Grandier porque Juana declaró que
era él quien había entregado a las religiosas a los demonios; los enemigos del cura
se alegraron, ya tenían lo que querían: una acusación de brujería podría
llevarlo directamente a las llamas de la hoguera.
El sacerdote se indignó y llevó el asunto
directamente al arzobispo de Burdeos, amigo suyo quien detuvo todo el asunto.
Seguramente Grandier respiró más tranquilamente. Sin embargo, un acontecimiento
totalmente ajeno a él le volvió a la angustia: A loudun llegó sorpresivamente
Jean de Laubardemont enviado por Richelieu para imponer por la fuerza la ley y
autoridad monárquicas; se demolería el castillo de la comunidad como prueba
patente de la fuerza real; sin embargo las autoridades se resistieron y
Grandier tontamente se puso de su lado obstaculizando la demolición del
castillo. Laubardemont vio la ocasión para destruir, finalmente, a su enemigo:
retomó la acusación de brujería contra él y viajó a París para informar
directamente a Richelieu quien guardaba inquinas contra el sacerdote. Así las
cosas, en 1663, el Cardenal obtuvo del Rey Luis XIII permiso para reabrir el
caso; a finales de año volvió a Loudun para arrestar a Grandier a la vez que
los exorcismos de las monjas volvían tomar forma y fuerza. La maniobra
simplemente dirigida a conseguir pruebas contra Grandier: dos de ellas eran
particularmente irracionales: una sostenía que en el cuerpo de los indiciados
habría zonas insensibles de dolor debidas al contacto con los demonios. Juana
admitiendo con su declaración el hecho de haber tenido relaciones sexuales con
Grandier, dijo que el acusado tenía cinco de esas “marcas” : en los glúteos, la espalda, y los testículos.
Un médico, traído a la cárcel para buscar esas zonas, usó métodos de una
barbarie única: clavó, por ejemplo, un delgado cuchillo en los genitales de
Grandier; los transeúntes en la calle se detenían a oír los alaridos. Esto duró
hasta que en junio de 1634 se estableció un tribunal presidido por Laubardemont
con doce jueces. A pesar de lo improvisado del procedimiento, apenas en la
segunda sesión se declaró la culpabilidad del acusado y se le sentenció a la
hoguera.
Por su parte, Juana empezó a mostrar
estigmas, a recorrer Francia en giras de “santidad triunfante”. En una de ellas
escribió (1642) su autobiografía. Finalmente sufrió, en 1665, una hemiplejia
que la mató. Expiró en “olor de santidad” entre las demostraciones de amor de
sus seguidores, que fueron muchos.
Fuentes:
FUENTES
The
Devils of Loudun Aldous
Huxley Oxford University Press 1953
Historia National Geographic N. 134 Mar’a Pilar Queralt
La
Bruja J. Michelet Akal
Bolsillo 1987
Jorge
Noriega
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