jueves, 1 de octubre de 2015



                          LOS DEMONIOS DE LOUDUN
                   
                                     

Jorge Noriega


    Aldous Huxley, el lúcido escritor, escribió entre otras literaturas el fascinante ensayo Los Demonios de Loudun.
    Loudun es una pequeña población francesa; hoy tiene cerca de 9.000 habitantes; relativamente cerca de París no se distingue de otras comunidades de la zona; tiene una escuela de veterinaria, sus trufas son célebres y la mezcla de católicos y protestantes está bien equilibrada.
    Ahí se fundó en 1626 un convento de monjas ursulinas. Las primeras en llegar fueron 17 jóvenes religiosas cuyo ministerio se estableció en la ciudad para contrarrestar a los hugonotes, por entonces mayoría religiosa.
    Una de ellas era Jeanne de Belcier, cuyo nombre religioso fue Juana de los Ángeles. Encorvada y muy pequeña, Juana poseía un carácter difícil, era ambiciosa e ingresó en las Ursulinas a los veinte años. Enviada a la comunidad de Loudun, pronto se reveló como una intrigante peligrosa. Así, mediante maniobras sucias, llegó a ser la superiora de la comunidad.
     Pronto hizo amistad con Urban Grandier, cura párroco de una de las principales parroquias de la zona. El hombre, llegado en 1627 a Loudun, tenía 27 años y era según las crónicas,  un tipo atractivo, culto y elegante. Y fuera de las historias, un sinvergüenza redomado, además de lujurioso insaciable. Joya eclesiástica, pues.
    Pero era un excelente orador religioso; Tenía embobadas a sus feligresas con sus muy piadosos sermones y molestos a los maridos quienes no podían acusarlo de heterodoxia ni evitar su presencia en las reuniones que las señoras organizaban ni alejarlas del confesionario.      Hasta que sucedió el desaguisado que me ocupa y que no fue moco de pavo.
    El borlote empezó a surgir cuando se supo que el cura de almas se casó, en secreto, con una hermosa jovencita en una ceremonia oficiada por el novio en una iglesia abandonada. Después de eso, el seductor se atrevió con Phelipa Trincant, hija del fiscal local. Al embarazo sucedió un matrimonio de esos que pretenden arreglar los penosos asuntos y sólo los agravan: el padre de Phelipa, agraviado en su honor, juró venganza, así que en conjunto con otros ofendidos, acusó al párroco de su inmoralidad y logró que se le juzgara; pero Grandier tenía sus adláteres (seguidoras) y salió de rositas (indemne), el muy burlador.
    Mientras todo esto daba combustible a las habladurías, Juana, quien al parecer seguía con interés el asunto, buscó a Grandier y le propuso para pedirle se hiciera cargo del confesionario conventual. Éste se negó y en su lugar llegó un enemigo del sacerdote, el Canónigo Mignon. Y aquí empieza la verdadera truculencia de la historia: El Canónigo se encontró con una serie de extraños acontecimientos en el convento: La jóvenes religiosas escuchaban ruidos, oían voces (masculinas) y se iban trastornando más y más. Entonces Mignon, ningún tonto, decidió aprovechar la histeria conventual para sus designios.
    Para empezar, trajo a un sacerdote a quien hizo certificar que las religiosas estaban, todas, poseídas por multitudes de demonios; era necesario un exorcismo en forma.
    Los habitantes de Loudun entusiasmados ante la novedad, empezaron a asistir a las sesiones, éstas  iban creciendo en espectacularidad y la misma Juana protagonizó un espectáculo público al mejor estilo de la película aquella, “El exorcista” que tanto ruido hizo en su momento.
    
   




Se dijo entonces que eran siete los demonios en Juana, cada uno con su nombre; esto hizo que las sesiones continuaran, cada una más violentamente espectacular que la anterior. Y aquí empezó la desgracia de Grandier porque Juana declaró que era él quien había entregado a las religiosas a los demonios; los enemigos del cura se alegraron, ya tenían lo que querían: una acusación de brujería podría llevarlo directamente a las llamas de la hoguera.
    El sacerdote se indignó y llevó el asunto directamente al arzobispo de Burdeos, amigo suyo quien detuvo todo el asunto. Seguramente Grandier respiró más tranquilamente. Sin embargo, un acontecimiento totalmente ajeno a él le volvió a la angustia: A loudun llegó sorpresivamente Jean de Laubardemont enviado por Richelieu para imponer por la fuerza la ley y autoridad monárquicas; se demolería el castillo de la comunidad como prueba patente de la fuerza real; sin embargo las autoridades se resistieron y Grandier tontamente se puso de su lado obstaculizando la demolición del castillo. Laubardemont vio la ocasión para destruir, finalmente, a su enemigo: retomó la acusación de brujería contra él y viajó a París para informar directamente a Richelieu quien guardaba inquinas contra el sacerdote. Así las cosas, en 1663, el Cardenal obtuvo del Rey Luis XIII permiso para reabrir el caso; a finales de año volvió a Loudun para arrestar a Grandier a la vez que los exorcismos de las monjas volvían tomar forma y fuerza. La maniobra simplemente dirigida a conseguir pruebas contra Grandier: dos de ellas eran particularmente irracionales: una sostenía que en el cuerpo de los indiciados habría zonas insensibles de dolor debidas al contacto con los demonios. Juana admitiendo con su declaración el hecho de haber tenido relaciones sexuales con Grandier, dijo que el acusado tenía cinco de esas “marcas” :  en los glúteos, la espalda, y los testículos. Un médico, traído a la cárcel para buscar esas zonas, usó métodos de una barbarie única: clavó, por ejemplo, un delgado cuchillo en los genitales de Grandier; los transeúntes en la calle se detenían a oír los alaridos. Esto duró hasta que en junio de 1634 se estableció un tribunal presidido por Laubardemont con doce jueces. A pesar de lo improvisado del procedimiento, apenas en la segunda sesión se declaró la culpabilidad del acusado y se le sentenció a la hoguera.
    Por su parte, Juana empezó a mostrar estigmas, a recorrer Francia en giras de “santidad triunfante”. En una de ellas escribió (1642) su autobiografía. Finalmente sufrió, en 1665, una hemiplejia que la mató. Expiró en “olor de santidad” entre las demostraciones de amor de sus seguidores, que fueron muchos.

Fuentes: FUENTES
The Devils of Loudun        Aldous Huxley   Oxford University  Press 1953
Historia    National Geographic N. 134  Mar’a Pilar Queralt          
La Bruja   J. Michelet      Akal  Bolsillo 1987

Jorge Noriega






   
   

   



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