JUDY
Por Jorge Noriega
En 1958, el treinta de julio, llegaron a la estación de Buenavista,
provenientes de Laredo y después de
viajar desde Miami, cinco elefantas donadas por los hermanos Ringling y su
famoso circo al siniestro zoológico de Chapultepec. Entre ellas, la mayor,
Judy, de treinta años, destacaba por sobrepasar en edad a las otras elefantitas
de siete años cada una.
A pesar del nerviosismo de las elefantas causado por el ajetreo de la
estación, sus domadores las controlaron. Salvo a Judy, que al oír el silbato de
una locomotora entró en pánico. Cruzó la Avenida de los Insurgentes, entró en
la calle Naranjo y ahí se encontró, para su desgracia, con una patrulla de la
policía, la 195. Mientras tanto, por la calle Cedro caminaban Carlos cruz
García, su esposa e hija quienes venían de una fiesta. Cruz García, burócrata
del cercano PRI y quien venía bien servido, se enfrentó a Judy. Primero le
habló, luego, siguiendo en el alarde de estupidez, la sujetó de la cola y Judy
se volteó. Pesados y torpes como son los elefantes, una de las patas de la
elefanta lo aplastó y fuera ya de todo control, con los domadores asegurando a
las demás elefantas, y quienes no pudieron hacer nada, La paquidermo empujó con
la trompa al infeliz burócrata quien seguramente había muerto.
Con la patrulla de la policía ya cerca, Judy se abalanzó contra ella, “Agitando las orejas y
sacudiendo la trompa” según el testimonio del patrullero quien a pesar de la impresión
alcanzó a maniobrar metiendo reversa y escapar. Entonces Judy entró en la calle
de Ciprés, se metió a un taller de hojalatería de automóviles –vaya paradoja- y
levantó con la trompa un lujoso Buick que estaba allí para ser “talacheado”. Lo
arrojó, despectiva, y salió del taller.
A escasas cuadras de allí, en Lago Chapala y Laguna del Carmen, Judy
entró en el patio de una estación de servicio y fue, a pesar de todo, atada a
un árbol, con unas muy pesadas cadenas por sus domadores quienes habiendo
asegurado a las elefantitas para ser llevadas al zoológico, pudieron dedicarse
a tratar de arreglar la situación.
Pero son fuertes, los proboscidios. Judy, a cada momento más excitada
por la cantidad de homo sapiens que la azuzaba, por las luces de patrullas y
gritos destemplados de los granaderos arrancó de cuajo el árbol librándose así
de las cadenas y volvió a emprender la fuga. Se metió al patio de una vecindad;
ahí, sintiéndose acorralada en el reducido espacio causó grandes daños. Estando
semi atrapada, uno de los domadores empezó a acercarse lentamente para atarla.
Pero un reportero, con más estulticia que prudencia, disparó un flash cuyo fogonazo asustó aún más a
Judy que volvió a correr. Sólo para
meterse en un callejón cerrado. Más y más acosada, su furia se acrecentaba.
Y ahí, encerrada en un callejón, uno de sus domadores le disparó varios
tiros calibre .45; un policía, cobardemente envalentonado, hizo lo mismo, y
vació su pistola sobre Judy.
Amanecía ya. Eran las seis y cuarto de la mañana.
Fuentes
Revista de la Universidad de México
Carlos Martínez Assad
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