lunes, 17 de agosto de 2015

MEMORIAS DE LA CIUDAD

                                                                          
 JUDY

Por Jorge Noriega

    En 1958, el treinta de julio, llegaron a la estación de Buenavista, provenientes de  Laredo y después de viajar desde Miami, cinco elefantas donadas por los hermanos Ringling y su famoso circo al siniestro zoológico de Chapultepec. Entre ellas, la mayor, Judy, de treinta años, destacaba por sobrepasar en edad a las otras elefantitas de siete años cada una.
     A pesar del nerviosismo de las elefantas causado por el ajetreo de la estación, sus domadores las controlaron. Salvo a Judy, que al oír el silbato de una locomotora entró en pánico. Cruzó la Avenida de los Insurgentes, entró en la calle Naranjo y ahí se encontró, para su desgracia, con una patrulla de la policía, la 195. Mientras tanto, por la calle Cedro caminaban Carlos cruz García, su esposa e hija quienes venían de una fiesta. Cruz García, burócrata del cercano PRI y quien venía bien servido, se enfrentó a Judy. Primero le habló, luego, siguiendo en el alarde de estupidez, la sujetó de la cola y Judy se volteó. Pesados y torpes como son los elefantes, una de las patas de la elefanta lo aplastó y fuera ya de todo control, con los domadores asegurando a las demás elefantas, y quienes no pudieron hacer nada, La paquidermo empujó con la trompa al infeliz burócrata quien seguramente había muerto.
     Con la patrulla de la policía ya cerca, Judy se  abalanzó contra ella, “Agitando las orejas y sacudiendo la trompa” según el testimonio del patrullero quien a pesar de la impresión alcanzó a maniobrar metiendo reversa y escapar. Entonces Judy entró en la calle de Ciprés, se metió a un taller de hojalatería de automóviles –vaya paradoja- y levantó con la trompa un lujoso Buick que estaba allí para ser “talacheado”. Lo arrojó, despectiva, y salió del taller.
     A escasas cuadras de allí, en Lago Chapala y Laguna del Carmen, Judy entró en el patio de una estación de servicio y fue, a pesar de todo, atada a un árbol, con unas muy pesadas cadenas por sus domadores quienes habiendo asegurado a las elefantitas para ser llevadas al zoológico, pudieron dedicarse a tratar de arreglar la situación.
     Pero son fuertes, los proboscidios. Judy, a cada momento más excitada por la cantidad de homo sapiens que la azuzaba, por las luces de patrullas y gritos destemplados de los granaderos arrancó de cuajo el árbol librándose así de las cadenas y volvió a emprender la fuga. Se metió al patio de una vecindad; ahí, sintiéndose acorralada en el reducido espacio causó grandes daños. Estando semi atrapada, uno de los domadores empezó a acercarse lentamente para atarla. Pero un reportero, con más estulticia que prudencia, disparó un flash cuyo fogonazo asustó aún más a Judy  que volvió a correr. Sólo para meterse en un callejón cerrado. Más y más acosada, su furia se acrecentaba.
     Y ahí, encerrada en un callejón, uno de sus domadores le disparó varios tiros calibre .45; un policía, cobardemente envalentonado, hizo lo mismo, y vació su pistola sobre Judy.
     Amanecía ya. Eran las seis y cuarto de la mañana.




   Fuentes
Revista de la Universidad de México
Carlos Martínez Assad
 
    



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