La
radio de bulbos
Por: Gabo H. Aguirre
Le hubiera gustado
ser mariposa, al menos eso se decía a sí misma. Sacudió la cabeza y al
despejarse, con un movimiento ágil dio vuelta a la perilla de encendió y en la
radio sonó una balada de moda: “tan pequeña es, tan frágil es...” era la voz
del cantante Sabú, pero ella no buscaba un romanticismo empalagoso; deseaba la
voz de la carne, el roce de labios que es pasión y muerte, el beso que toda
princesa espera... el beso de sus sueños; con un aleteo nada veloz cambió la
aguja del cuadrante y una música suave del tipo disco provocó la danza, algunos
pujidos sensuales salieron de las bocinas del aparato, cerró los ojos y giró
como si alguna droga la llevara a otro mundo, el ondular de sus caderas era
lento, sensual, sibilante; la blusa se abrió sin prisa, sin pasión, ni
violencia, de pronto nada cubrió su pecho y la falda se derramó al piso; supo
entonces que tenía ganas, verdaderas ganas de gozar hasta quedar inconsciente;
y allí estaba ella en carne viva, con su pubis negro y ensortijado, allá en el
piso las ondulaciones del vestido encaramadas sobre el piso de madera.
En
fin. El escenario estaba completo: el silbido del aire, el dosel de encajes
semitransparente del ventanal y la radio de bulbos casi obsoleta con sonido
audible; fue entonces la aparición del suspiro mientras mordía sus labios para
no gritar. El telón fue y el cálido cuerpo de Marisa se relajó sobre la duela
en espera de la siguiente canción.
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