lunes, 3 de agosto de 2015



                                                  QUE NO ES ÁNGEL, ES ÁNGELA
Por Jorge Noriega


       El  26 de julio del año 1958 se instaló en su sitio, nuevamente, la Victoria Alada, “el Àngel” derribada por un potente sismo poco tiempo antes.  (julio, 1957)
     Y “cosas veredes” Sancho; que a su servidor le tocó presenciar, en parte, el violento descendimiento porque encontrándose al momento del sismo ocupado en, perdón, hacer aguas, como se dice, el susto le hizo aferrarse a la ventana abierta desde la que se veía, entre la maraña de edificios entonces en construcción y a poca distancia, a la Ángela, balanceándose precariamente en su zócalo y de pronto caer al vacío. Poco vi, porque el espacio entre dos pisos de la maldecida desde entonces estructura en edificación no permitió ver más.
    Asustado, corrí a la habitación donde mis padres se encontraban azorados. Mis hermanos ya estaban ahí. Y vino entonces uno de esos desengaños que a los niños les hace desarrollar una desconfianza hacia los adultos que dura, cambiando y  aumentándose con los años; y es que ¡No me creían!. Mi señor padre, enérgico, me ordenó callar. Y calladito me quedé hasta que cuando a él también le vino en gana el gusto de ir a desaguar, se convenció de la veracidad de mi atropellado relato, a juzgar por la prohibida exclamación que lanzó… Un ¡carajo!  Entre fuerte y asombrado, me llenó de gusto: así que los adultos se equivocan en su omnisciente soberbia.
¡Benditos sean!...
    Inútil es decir que con las primeras luces todos nos levantamos, ¡Iríamos a ver a Ángela! En pocos, poquísimos momentos estábamos ya junto a ella. Había muy poca gente, circunstancia asombrosa pero que me alegró. ¡Nadie me estorbaba para contemplar a mi Angelita! Y di otro paso hacia la vida adulta: ¡Ella no era él, era ella! Sus hermosas y perfectas glándulas mamarias así lo proclamaban lo mismo que la esbeltez de sus brazos y lo perfecto de sus labios que cuando ya adulto los recuerdo, me causan nostalgia. Claro queda que tan finas apreciaciones estéticas no se dieron en el momento, que yo era un rapaz de once años, no como los de hoy que a esa edad ya opinan sobre el aborto no, todo esto se vino desarrollando con la edad. Pero qué orgullo que haya sido ella, mi Victoria Alada, quien me mostró la belleza femenina y no alguna encueratriz de tarifa. Que no las desprecio; pero qué diferencia…
    Pronto vinieron los empleados del Departamento del Distrito Federal a retirar los trozos. Yo no pude reclamar ni hacer nada, que bien me hubiera gustado quedarme con un pedacito. Pero me mandaron a la escuela. En la que por descontado no aprendí nada.
     Y bueno. Pasó el tiempo y Angelita recibió una nueva cara y lo demás que hubo que sustituir.
     Todo se olvidó como es costumbre. La anécdota, que tristemente en eso acabó todo, ahí quedó, transformándose cada vez que el tema surge.
    ¿Cuándo se colocó la nueva escultura? No tuve idea hasta que Los periódicos me enteraron de todo. No supe nada hasta que casualmente la vi desde la misma ventana que me permitió ver la bajada de su antecesora. ¿Y cómo la subieron? De la misma forma que a su predecesora. Pero tampoco supe nada. Pobres niños de entonces,(y de ahora) como se les consideraba idiotas molestos, no se platicaba con ellos de nada que no fueran sandeces solemnemente enunciadas por padres y maestros, ellos sí, aunque con excepciones,  auténticos papanatas.
     Y no fue hasta que un glorioso día en que fui a la Academia de la Lengua, sita entonces en la calle Donceles, cuando  volví a ver a Ángela. O parte de lo que queda de ella. Ocurrió que desde la Plaza de la Constitución caminé sobre la calle Perú para llegar a Donceles y casi en la esquina de las dos calles, en lo  que fue la casa de los condes de La Hera, ahora Archivo Histórico de la Ciudad vi, asombrado, a pocos metros de la puerta la cabeza de la Victoria Alada… La cabeza de mi Angelita. Entré despaciosamente; sí, era ella, o mejor, su cabeza. Deformados los ojos por el golpe, parecía no ver, no estar ahí. Y para los dudosos, una cédula muy envuelta en plástico da fe de lo que  se exhibe. He vuelto muchas veces, nunca sin la sensación de extrañeza, de incredulidad: Sí. La Victoria Alada cayó de su pedestal agitada por un terremoto. Más  vale asimilar el hecho.
     Y para hacerlo hay varias formas. Y la que más me atrae el la del estudio. La de la investigación de lo sucedido. Para empezar hay que decir que la noche del 15 de septiembre los mexicanos se intoxican con altas dosis  de mexicanismo. La más popular, quizá, es la que se ingiere en la Plaza de la Constitución, en la fiesta del “Grito de Independencia” ceremonia iniciada por el Emperador Maximiliano y que a los gobernantes posteriores no les da empacho continuar.
     El otro sitio es, claro, el “Ángel” que ya vimos en su verdadera identidad de Ángela.  A pesar de la lentitud de la construcción y de la aversión de políticos y gobernantes por El Presidente Porfirio Díaz Mori, cuya terquedad logró la construcción del famoso monumento, los habitantes de la capital aguantaron las ansias y esperaron la inauguración que se dio el 16 de septiembre de 1910.
     Muchos son los antecedentes que precedieron a la construcción del “Ángel” y muchas las falsas historias que hay alrededor de ella.  Existe el proyecto en este blog, de ponerlas en circulación; pronto los lectores del Serpentín podrán conocerlas.
     La historia del “Ángel” es enjundiosa, está llena de sabrosos escarceos, no es de ninguna manera un suceso más en los altos y bajos en el transcurrir de la vida nacional.
fot. 211 de Gabo H. Aguirre

fot. 212 de Gabo H. Aguirre

fot. 213 de Gabo H. Aguirre

fot. 215 de Gabo H. Aguirre

fot. 216 de Gabo H Aguirre

   
  
   





    
    



   

  
  
    
          

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