QUE NO ES ÁNGEL, ES
ÁNGELA
Por
Jorge Noriega
El 26
de julio del año 1958 se instaló en su sitio, nuevamente, la Victoria Alada,
“el Àngel” derribada por un potente sismo poco tiempo antes. (julio, 1957)
Y “cosas veredes” Sancho; que a su
servidor le tocó presenciar, en parte, el violento descendimiento porque
encontrándose al momento del sismo ocupado en, perdón, hacer aguas, como se
dice, el susto le hizo aferrarse a la ventana abierta desde la que se veía,
entre la maraña de edificios entonces en construcción y a poca distancia, a la
Ángela, balanceándose precariamente en su zócalo y de pronto caer al vacío.
Poco vi, porque el espacio entre dos pisos de la maldecida desde entonces estructura
en edificación no permitió ver más.
Asustado,
corrí a la habitación donde mis padres se encontraban azorados. Mis hermanos ya
estaban ahí. Y vino entonces uno de esos desengaños que a los niños les hace
desarrollar una desconfianza hacia los adultos que dura, cambiando y aumentándose con los años; y es que ¡No me
creían!. Mi señor padre, enérgico, me ordenó callar. Y calladito me quedé hasta
que cuando a él también le vino en gana el gusto de ir a desaguar, se convenció
de la veracidad de mi atropellado relato, a juzgar por la prohibida exclamación
que lanzó… Un ¡carajo! Entre fuerte y
asombrado, me llenó de gusto: así que los adultos se equivocan en su
omnisciente soberbia.
¡Benditos
sean!...
Inútil es decir que con las primeras luces
todos nos levantamos, ¡Iríamos a ver a Ángela! En pocos, poquísimos momentos
estábamos ya junto a ella. Había muy poca gente, circunstancia asombrosa pero
que me alegró. ¡Nadie me estorbaba para contemplar a mi Angelita! Y di otro
paso hacia la vida adulta: ¡Ella no era él, era ella! Sus hermosas y perfectas
glándulas mamarias así lo proclamaban lo mismo que la esbeltez de sus brazos y
lo perfecto de sus labios que cuando ya adulto los recuerdo, me causan
nostalgia. Claro queda que tan finas apreciaciones estéticas no se dieron en el
momento, que yo era un rapaz de once años, no como los de hoy que a esa edad ya
opinan sobre el aborto no, todo esto se vino desarrollando con la edad. Pero
qué orgullo que haya sido ella, mi Victoria Alada, quien me mostró la belleza
femenina y no alguna encueratriz de tarifa. Que no las desprecio; pero qué
diferencia…
Pronto vinieron los empleados del
Departamento del Distrito Federal a retirar los trozos. Yo no pude reclamar ni
hacer nada, que bien me hubiera gustado quedarme con un pedacito. Pero me
mandaron a la escuela. En la que por descontado no aprendí nada.
Y
bueno. Pasó el tiempo y Angelita recibió una nueva cara y lo demás que hubo que
sustituir.
Todo se olvidó como es costumbre. La
anécdota, que tristemente en eso acabó todo, ahí quedó, transformándose cada
vez que el tema surge.
¿Cuándo se colocó la nueva escultura? No
tuve idea hasta que Los periódicos me enteraron de todo. No supe nada hasta que
casualmente la vi desde la misma ventana que me permitió ver la bajada de su
antecesora. ¿Y cómo la subieron? De la misma forma que a su predecesora. Pero
tampoco supe nada. Pobres niños de entonces,(y de ahora) como se les
consideraba idiotas molestos, no se platicaba con ellos de nada que no fueran
sandeces solemnemente enunciadas por padres y maestros, ellos sí, aunque con
excepciones, auténticos papanatas.
Y no fue hasta que un glorioso día en que
fui a la Academia de la Lengua, sita entonces en la calle Donceles, cuando volví a ver a Ángela. O parte de lo que queda
de ella. Ocurrió que desde la Plaza de la Constitución caminé sobre la calle
Perú para llegar a Donceles y casi en la esquina de las dos calles, en lo que fue la casa de los condes de La Hera,
ahora Archivo Histórico de la Ciudad vi, asombrado, a pocos metros de la puerta
la cabeza de la Victoria Alada… La cabeza de mi Angelita. Entré
despaciosamente; sí, era ella, o mejor, su cabeza. Deformados los ojos por el
golpe, parecía no ver, no estar ahí. Y para los dudosos, una cédula muy
envuelta en plástico da fe de lo que se
exhibe. He vuelto muchas veces, nunca sin la sensación de extrañeza, de
incredulidad: Sí. La Victoria Alada cayó de su pedestal agitada por un terremoto.
Más vale asimilar el hecho.
Y para hacerlo hay varias formas. Y la que
más me atrae el la del estudio. La de la investigación de lo sucedido. Para
empezar hay que decir que la noche del 15 de septiembre los mexicanos se
intoxican con altas dosis de
mexicanismo. La más popular, quizá, es la que se ingiere en la Plaza de la
Constitución, en la fiesta del “Grito de Independencia” ceremonia iniciada por
el Emperador Maximiliano y que a los gobernantes posteriores no les da empacho
continuar.
El
otro sitio es, claro, el “Ángel” que ya vimos en su verdadera identidad de
Ángela. A pesar de la lentitud de la
construcción y de la aversión de políticos y gobernantes por El Presidente
Porfirio Díaz Mori, cuya terquedad logró la construcción del famoso monumento,
los habitantes de la capital aguantaron las ansias y esperaron la inauguración
que se dio el 16 de septiembre de 1910.
Muchos son los antecedentes que
precedieron a la construcción del “Ángel” y muchas las falsas historias que hay
alrededor de ella. Existe el proyecto en
este blog, de ponerlas en circulación; pronto los lectores del Serpentín podrán
conocerlas.
La historia del “Ángel” es enjundiosa,
está llena de sabrosos escarceos, no es de ninguna manera un suceso más en los
altos y bajos en el transcurrir de la vida nacional.
fot. 211 de Gabo H. Aguirre |
fot. 212 de Gabo H. Aguirre |
fot. 213 de Gabo H. Aguirre |
fot. 215 de Gabo H. Aguirre |
fot. 216 de Gabo H Aguirre |
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