MEMORIAS DE LA CIUDAD
A sus setenta años un Carlos Monsivás a tono según el
auditorio
Por Javier Flores C.
Desde la entrada al
Auditorio de la Universidad Autónoma
de la Ciudad
de México, plantel Del Valle, en compañía del rector Manuel Pérez Rocha, el
escritor Carlos Monsivás supo del gran afecto que le profesan sus fans. Los aplausos fueron increchendo conforme avanza hasta el
lugar que ocupará en la primera fina, en donde uno de sus acompañantes, sentado
a su derecha, cede su lugar para la toma de fotos con sus admiradoras y
admiradores. Entonces, cómo en los centros comerciales en navidad, tanto niños
y adultos se toman la foto del recuerdo, con todo y sonrisa para la posteridad.
Ya más calmado el ambiente del respetable, una obra escénica del Taller de
Teatro del Plantel Tezonco, dirigida por Ignacio Plá, abre la clausura del Coloquio-Homenaje
al autor de “El Estado laico y sus malquerientes”, su más reciente obra.
Arriba en el presídium,
en compañía del rector y otros conocidos invitados, escucha parte de su
currículo como escritor y como cronista, -inclusive se hace mención de que él
no está considerado como miembro del Colegio Nacional-, pero sí está registrado
como actor en la
Asociación Nacional de Actores, al ser parte del elenco en la
obra “Don Juan Petróleo” en los años ochenta. No se escatiman anécdotas ni
halagos, el micrófono va de mano en mano, el caricaturista, Rafael Barajas, El Fisgón, que no se atreve a tomar la
palabra; más tarde sí, cuando parece ser que nadie más aceptará el micrófono,
lee una análoga biografía del homenajeado. Ahí mismo, el rector le entrega el
doctorado “Honoris Causa Perdida”.
Antes, Monsiváis
lee parte de sus “Cartografías Disidentes en la Ciudad de México”, nos
habla de anécdotas: de revueltas infructuosas, de feministas, de héroes
masacrados junto con sus familias. Entonces, lo importante no parece el hecho
histórico de la disidencia, si no el efecto cómico en sus fans. El darle gusto
al respetable, que lo aplaude, lo llena de admiración. Puro atole con la pluma
y con el verbo, diría Jesús Martínez Palillo. La disidencia camina y avanza de
la mano de las injusticias. Monsiváis da crónica de los hechos y vale tanto
para la izquierda, el centro o la derecha. Él siempre ha manejado muy bien el
circo de tres pistas. El éxito es rotundo, es parte del espectáculo político y
cultural de una gran masa de inconformes y vociferantes anónimos resguardados
en ésta inmensa Ciudad de México.
Como una obra
escénica más, de tantos otros disidentes vueltos espectáculo. Algo queda, él lo
dijo, La primera gran victoria se alcanza sobre el pesimismo. A Palillo se le
veía en las carpas de mediados del siglo pasado, claro, con el amparo siempre
en la bolsa de la camisa para evitar el encarcelamiento y las madrizas en las mazmorras. En las carpas se pitorreaba el
cómico de las altas jerarquías políticas, a Carlos Monsiváis se le aplaude en
los recintos académicos, en los eventos políticos y sociales, con la prensa a
su favor. Jesús Martínez legó la Ciudad Deportiva para centenares de aficionados al deporte popular, y las mentadas
de madre para la clase política inescrupulosa. Carlos Monsiváis, apenas hace
unos meses, obsequia sus colecciones de objetos varios para el Museo del Estanquillo, respuesta inmediata al
culto de otras donaciones. Pareciera ser que la memoria de la disidencia es
vuelta homenaje, al ser incapaz de terminar con la injusticia presente. De qué
nos reímos, las cosas no están para reírnos, pero algo queda, además del
monumento, del espectáculo que no alcanza, aún, para afianzar la justicia, la
educación, la vida acorde con los avances tecnológicos. Finalmente eso somos.
Ahí esta Frida, Diego, Madero, Villa, Zapata, la infinita nomenclatura en todas
la grandes ciudades del país, una infinitud de disidentes populares y otros no
tanto, muchos dejaron la vida de por medio y serán utilizados posteriormente en
discursos creadores de aplausos, pero la obra humanista y artística se
preserva, sucumbe el halago conjuntamente con el artista. Masacrados unos,
enaltecidos otros. Mientras, congratulémonos con estos homenajes a nuestros
divos intelectuales mientras arriba la justicia.
Al final, las
mañanitas cantadas por Las Conchitas y arreglo de Pérez Prado, los bocadillos y
refrescos. Algo queda, pienso, no todo
se perdió.
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