lunes, 31 de agosto de 2015



                                MORBUS COMITIALIS, EPILEPSIA
Por: Jorge Noriega


            Difícil es dar con un o unos significados de esta palabreja; muchos saben lo que el sustantivo indica, pero casi nadie conoce lo que voy a referir. Y es que el “Mal Divino”, la Epilepsia, tiene un nombre que le complica la vida a cualquier buscador de significados.
            Para empezar, diré que EPI sufijo que significa: encima, sobre y el verbo: lamvano: yo recibo o intercepto es decir “yo recibo el ataque” . Ya juntos ambos términos pueden, y de hecho así lo hacen ya juntos, significar siempre violentamente, tomar, atrapar, poseer. Y esta posesión no es sólo material, sino también interior, como en el caso de quienes estén, en algún momento, poseídos por una crisis epiléptica.
          Y que se sepa, esta condición no tiene en absoluto nada que ver con genialidades, superioridades de cualquier índole etcétera. La han tenido desde el sencillo jardinero que se ocupaba de las plantas en casa de una bisabuela mía hasta Einstein, Dostoyevsky, Juana de Arco, Newton, Napoleón, Byron, Van Gogh, Teresa de Jesús y tantos otros héroes de esta humanidad doliente.
          Tanto es importante esta condición (me niego a llamarla enfermedad) que ya los romanos en su época más afortunada, la de Julio César, la consideraban Morbus Divinus, enfermedad divina. Esto porque Roma, siempre supersticiosa, creía que ciertos males les eran enviados por los dioses.
           Sin embargo, lo que aquí interesa no es la cantidad de nombres que la epilepsia tiene, sino uno en particular dado por los romanos: MORBUS COMITIALIS, mal de los comicios. Condición actual de algunos países, entre los que se distingue muy destacadamente México. Este mal, caracterizado por la ausencia de votantes tanto en las cámaras de diputados y senadores actuales como en las romanas por la apatía ciudadana, se daba infaliblemente en la época de los césares.
En efecto, cuando alguno de los dignatarios o jueces no estaba de humor para ir a cumplir con su deber, sufría un acceso de epilepsia. Que nadie discutía. Y a este indigno funcionario se le ponía el sambenito de comitialis. A saber porqué. (Si alguno de quienes lean esto lo sabe, le suplico me informe). También debe resaltarse el hecho de que el homo comitialis, podrido profesional, era quien ya desde entonces vendía su voto al más ventajoso oferente. Pero en general, no solo la epilepsia, sino cualquier enfermedad grave podía ser considerada como una excusa para permanecer en casa. O donde fuera, menos en el trabajo.
Ya se dijo más arriba que la sociedad romana era supersticiosa. Y tanto, que esas mujeres y hombres creían firmemente que cualquier morbus de gravedad era una venganza de los dioses para castigar cualquier infracción sin necesidad de mayores procedimientos legales o de cualquier índole.
Roma no era la única responsable de éstas variaciones en las costumbres; para el pueblo de Israel las crisis del morbus comitialis eran prueba de posesión demoníaca. Y los dibbuks (demonios) podían ser rechazados mediante la intervención de algún rabino con fama de santidad. De los judíos, estas ideas pasaron al cristianismo y otras religiones; en cualquier región del mundo donde haya llegado la dominación romana, existen los exorcismos. Nihil novus sub sole. Nada nuevo bajo el sol. Eclesiastés 1-9.
¿Y los griegos? Nada nuevo tampoco. Creían que al estar en crisis, el epiléptico estaba poseído, arrebatado por un furor desconocido. Aunque mucho se podría extender el tema.
Sea como se le interprete, la Epilepsia sigue siendo el Grand mal y para el vulgo es sinónimo de muchas cosas, de santidad, o maldad, de castigo, de debilidad del espíritu y el cuerpo, o lo contrario, de fortaleza interior aunque el cuerpo sea débil, y presencia-ausencia de Dios. Y del Demonio, el Patas, el Cornudo, el que en todo mete la cola. Aquí, según se ve, Dios y el Patas se hermanan, se hacen uno gracias a la epilepsia, el Mal Sagrado. El bendecido y a la vez maldecido Morbus Comitialis, el morbus al que la ciencia tan sólo puede controlar mediante fármacos pero no penetrar en sus misterios. El Morbus Comitialis, patrimonio de quienes lo tienen. Y sólo de ellos.











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